Jorge Camacho Bueno

Ahora que estamos preparando el nuevo año escolar, es necesario poner atención no solamente en la mejora de la infraestructura, cuya deficiencia es clamorosa, sino enfocarnos en otros aspectos de la calidad educativa que, de seguir descuidados, causarán aún más daño en las bases de nuestra sociedad, como la anemia infantil y la pobreza de aprendizaje. En estas líneas me centraré en el rol de la para combatir el segundo de ellos.

El Banco Mundial, en el 2021, definió la “pobreza de aprendizaje” –que, en el Perú, es del 56%– como la incapacidad que tiene un niño de 10 años para entender un texto simple. Las últimas pruebas censales tomadas a alumnos de segundo de secundaria lo corroboran: solo uno de cada cinco estudiantes peruanos entiende lo que lee.

El déficit en afecta al individuo y a su familia. La Asociación Internacional de Alfabetización señala que las personas con baja comprensión lectora tienen el doble de probabilidad de ser desempleadas y ganan entre un 30% y un 40% menos que las que comprenden lo que leen. Esto, a la larga, se convierte en un problema social que debe ser atendido con urgencia con políticas que atiendan este aspecto desde la primera infancia.

Si vemos esta etapa solo como el momento de desarrollo socioemocional de los niños, perderemos de vista que las capacidades lingüísticas (hablar y entender) se desarrollan principalmente a esas edades. El primer nivel de conocimiento es el lingüístico, donde los niños aprenden el nombre de las cosas y su significado. Un niño con un vocabulario limitado tendrá serias dificultades para los siguientes niveles de su educación escolar.

Mateo, el evangelista, escribió: “Al que tiene, se le dará más y abundará”. Esta paradoja, aplicada a la economía, diría que, para hacer dinero, necesitas dinero, capital. Lo mismo ocurre con los conocimientos.

El capital cultural es el principal activo con el que un niño va a la escuela, pues para adquirir más conocimiento se necesita cierto conocimiento previo. El nivel inicial es esencial, pues aquí se desarrollan estas capacidades lingüísticas, y el nivel de desarrollo alcanzado en ellas marcará el límite de desarrollo de su comprensión lectora, que es clave para su futuro desarrollo como ciudadano.

Si queremos que el Perú esté realmente entre los países desarrollados es urgente unir esfuerzos y enfocarnos en incrementar el nivel de comprensión lectora en los colegios: impulsando la educación de la primera infancia para tener competencias lingüísticas sólidas; creando o mejorando las bibliotecas escolares y municipales; y fomentando el hermanamiento entre escuelas públicas y privadas de modo que se compartan las buenas prácticas educativas.

Para facilitar la colaboración entre colegios es necesario destrabar la sobrerregulación que está aplastando la iniciativa educativa privada en todos los niveles, pero principalmente en el nivel inicial. En el informe del Banco Mundial acerca del impacto de la pandemia en la educación se señala que, en nuestro país, la deserción escolar es del 6,6% en preescolar, del 3,5% en primaria y del 4% en secundaria.

Una de las medidas que más ha impactado en la deserción escolar es la norma de promoción automática: un alumno que no estudia pasa de año al igual que otro que sí va a clases. Es urgente revisar la maraña de leyes, normas y procedimientos que anquilosan nuestra educación.

Estos últimos años, los directores de colegio han consumido su tiempo en exigencias burocráticas desmedidas y poco significativas, llenando informes y formatos en lugar de educar.

Como bien señala el informe del Banco Mundial antes mencionado, “la calidad de la gestión escolar, es decir, las prácticas que ponen en marcha los directores escolares, pueden contribuir a mitigar y recuperarse de los efectos negativos de larga duración del cierre de escuelas”. Permitirle o no a un director enfocarse en la gestión educativa puede hacer la diferencia entre el éxito o el fracaso escolar de sus alumnos.


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