César Ricaurte

La primera vuelta de las elecciones anticipadas en trajo una mezcla de incertidumbre, perplejidad y una suerte de optimismo o rotundo pesimismo, dependiendo de quién fuera el interlocutor.

El presente proceso electoral producto de la decisión de “muerte cruzada” con la que el presidente Guillermo Lasso decapitó la Asamblea Nacional y a su propio gobierno ha sido de los más extraños y atípicos. Unas elecciones profundamente impactadas por la violencia política, tal como lo describe la Misión de Observación Electoral (MOE) de la OEA en su informe preliminar: “Uno de los aspectos más serios y preocupantes en este proceso electoral es el contexto generalizado de inseguridad y temor en que se encuentra el país, y particularmente el recrudecimiento de la violencia político-electoral”.

El magnicidio del candidato Fernando Villavicencio fue el clímax de esta gravísima situación de violencia criminal que se trasladó a la política y terminó alterando la realización de las elecciones. Este proceso de alteración de la integridad de las elecciones presidenciales se completó con las acciones del Consejo Nacional Electoral que dificultaron la inscripción de la candidatura del reemplazo de Villavicencio, el también periodista Christian Zurita, a quien tampoco se le permitió participar en el debate presidencial que, como veremos más adelante, tuvo un impacto fundamental en los resultados del domingo 20 de agosto.

Sobre el impacto radical que tuvo el magnicidio de Villavicencio en los resultados electorales, podemos volver a citar el informe preliminar de la MOE: “El asesinato de candidatas, candidatos y personas políticas en funciones no solo es una pérdida irreparable, sino que también representa un retroceso democrático para el Ecuador y para la región. La misión insta a no normalizar la violencia político-electoral y reitera que la pérdida de vidas humanas en circunstancias tan crueles es un recordatorio sombrío de la importancia de preservar la paz y garantizar la seguridad para la consolidación de la democracia. El magnicidio del candidato Villavicencio tuvo un gran impacto en el proceso electoral. Cambió la narrativa de las elecciones, generó temor y obligó a los contendientes a extremar sus medidas de seguridad, entre otras cosas, vistiendo chalecos antibalas y limitando sus actividades de campaña para protegerse a ellos mismos y a sus equipos. La misión ve con preocupación que el miedo fue el común denominador durante la campaña electoral”.

“No normalizar la violencia”, nos dice la OEA, pero eso es justamente lo que sucedió en Ecuador. Al punto que la mayoría de los análisis celebra una supuesta vuelta de página y la superación de la polarización política que ha envuelto dos décadas al Ecuador, la del correísmo/anticorreísmo.

Afortunadamente, los sufragios del domingo 20 de agosto se dieron en paz, pero es exagerado hablar de “fiesta democrática” cuando los ganadores y sus partidarios celebraban la victoria sin hacer referencia alguna al asesinato de un candidato o al hecho brutal de que uno de ellos acudió a votar con casco y chaleco antibalas, protegido por elementos del ejército y de las fuerzas de élite de la policía, cubierto de mantas, como la imagen perfecta de una democracia bajo asedio del crimen organizado.

Los resultados del domingo, dicen algunos analistas, hablan de un país que actúa como si quisiera dejar todo el pasado y hacer como si no hubiera sucedido. Esto se desprende de que el balotaje del 15 de octubre se definirá entre , un casi principiante en política, y la candidata del correísmo, . Se habla de renovación y superación de la polarización; pero, desde otra perspectiva, podríamos decir que Ecuador vive atrapado en un círculo vicioso y repetimos el mismo escenario del 2006 con un Correa vs. un Noboa, ahora por intermedio de terceros, sea vía descendencia o de fidelidades a toda prueba.

Lo interesante es que, la mayor parte de la campaña, Daniel Noboa estuvo bajo el radar y aparecía en las encuestas en los últimos lugares con apenas un 4% de intención de voto.

El candidato creció como la espuma después del debate (en el que no se permitió participar a Christian Zurita), donde apareció como el más sensato y con las mejores respuestas. Pero no fue solo ese el factor de su éxito. Los expertos han señalado una campaña de sofisticado márketing directo que llegó a 360 mil jóvenes con ofertas de empleo o estudio.

Lo cierto es que en Ecuador, una vez más, tenemos una disputa electoral entre la opción del socialismo del siglo XXI –y su legado de corrupción y de instituciones democráticas al borde del abismo y que promete en toda regla y sin complejos un retorno al pasado de Correa– y, del otro lado, la opción de un magnate que plantea más que nada pragmatismo.

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César Ricaurte es director de Fundamedios