El uso de la amenaza y el miedo como herramientas de control social tiene un largo arraigo en las sociedades modernas. En el mundo anglosajón se le conoce como ‘deterrence theory’ (teoría de la disuasión). Propone que las personas evitan cometer delitos o comportamientos antisociales porque temen ser atrapadas y castigadas. Según esta teoría es más probable disuadirlas si el castigo es seguro y severo.
En nuestro país, el Gobierno ha usado esta técnica para que los ciudadanos respeten la cuarentena obligatoria durante la emergencia sanitaria, bajo amenaza de captura y posterior enjuiciamiento. En un mes de confinamiento obligatorio ya había más de 55 000 detenidos. Visto este gran número, la opinión pública empieza a sugerir sanciones más severas, e incluso se justifican y defienden algunos excesos cometidos por la policía y las fuerzas armadas.
He aquí algunas ideas, que sugieren que incrementar las amenazas o endurecer los castigos, podría agravar la situación. El uso del miedo y la amenaza como herramienta de control social ha sido muy estudiado en otros países y hay bastante evidencia que hace dudar de su efectividad y fiabilidad. Una paradoja es que funciona con las personas que usualmente cumplen las normas, sin necesidad de ser amenazadas; pero es ineficiente entre los transgresores. En países donde se ha estudiado este fenómeno el porcentaje de transgresores puede llegar a un 30%, es decir casi 3 millones de limeños.
Pero ¿por qué la amenaza y miedo no funcionan? Hay dos explicaciones más obvias: la percepción del riesgo a ser capturado es muy baja, y no existe miedo a la severidad de la sanción. Aplicado a nuestra realidad: la gente percibe poco riesgo de ser capturado y que la sanción (detención y posterior juicio) es leve o incluso inaplicable. Además, los estudios demuestran que la percepción de ser capturado es más importante que el temor al castigo.
Una tercera explicación sugiere que la teoría asume erróneamente que la gente se comporta de manera racional, pero en muchos casos, quizá por problemas psicológicos subyacentes o patrones de personalidad complejos, el comportamiento suele ser irracional. Se ha discutido mucho sobre el evidente descuido de la salud mental de nuestra población, podría ser que ahora estemos viendo las consecuencias.
Otro supuesto, que requiere esta teoría para ser efectiva, es que la amenaza funciona si el amenazado elige libremente cambiar su comportamiento. Esto para muchos peruanos no se cumple, pues deben escoger entre ser detenidos o quedarse sin ingresos. Según el INEI, 30% de hogares peruanos no cuentan con refrigeradora. ¿Pueden elegir no salir a abastecerse diariamente de alimentos?
Otro supuesto, que tampoco se cumple, es que el miedo asusta a los transgresores. Si usted ha visto videos de jóvenes huyendo de los policías, con una sonrisa en la cara, entenderá que a ellos el miedo y la adrenalina no los asusta, más bien los reta. A más miedo, mas desacato. Finalmente, una última condición es que el transgresor entienda que la desobediencia es peligrosa. Aquí hay varios perfiles: desde aquellos que por su bajo nivel educativo no entienden o no se han enterado, y aquellos bien educados que escucharon de no pocos expertos, que el COVID-19 causaba una “gripe leve en la mayoría de los casos”.
Si la amenaza y el miedo no funcionan, ¿qué hacer? Otros enfoques de control social pueden ser menos agresivos. El uso de la tecnología y la celeridad de los castigos es una forma (una multa inmediata asociada al DNI podría ser más disuasiva que un improbable juicio posemergencia). Otra forma son los castigos extralegales (la vergüenza ante vecinos o conocidos a veces funciona mejor que cualquier castigo legal). Soluciones menos severas son la educación cívica (especialmente en los jóvenes), aunque esta es de largo plazo; o campañas de comunicación inteligentes que usen voceros creíbles y que articulen mensajes creativos potentes que toquen algunas cuerdas sensibles de los transgresores.
Es clave entender que las medidas de control social deben diseñarse pensando específicamente en los transgresores, muchos de los cuales son población vulnerable, que no transgreden la norma por falta de civismo sino por necesidad urgente. Con la emergencia creciendo, la capacidad del gobierno de controlar a la población se verá debilitada. Es necesario optar por soluciones inteligentes y creativas que vayan más allá de la amenaza y el miedo para lograr la colaboración de la población.