"Las muertes de Edward O. Wilson y de Thomas Lovejoy durante la temporada navideña han remecido el árbol de la vida". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Las muertes de Edward O. Wilson y de Thomas Lovejoy durante la temporada navideña han remecido el árbol de la vida". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Enrique Ortiz Tejada

“El peor fin de semana para la biodiversidad desde que el meteorito mató a los dinosaurios”, escribió en un tuit el conocido etnobotánico Mark Plotkin, refiriéndose a los decesos consecutivos de dos de las personas que más han influido en nuestro conocimiento y protección de la vida en el planeta. Y, aunque parezca exagerado, no lo es tanto. Las muertes de y de durante la temporada navideña han remecido el árbol de la vida.

Después de Charles Darwin, Edward O. Wilson fue quizá la persona que más influyó en nuestro entendimiento de la evolución y de la diversidad biológica o biodiversidad. Para los académicos, sus trabajos sobre la biogeografía de islas, el efecto del aislamiento geográfico en la evolución y el mantenimiento de la biodiversidad sirvieron de guía para entender la diversidad de organismos. Deben contar por miles los doctorados sobre ese tema que solo han confirmado sus conclusiones. La obra de Wilson ha sido muy rica, pero posiblemente muchos lo recordarán más por las interpretaciones que se hicieron sobre su libro “Sociobiología”. Sus investigaciones sobre las sociedades de hormigas mostraron el rol de la genética sobre sus componentes y función. Cualquier sugerencia que pueda interpretarse como que hay roles genéticamente predeterminados en una sociedad, estos siendo erróneamente extrapolados a las sociedades humanas, solo podían haber erizado los ánimos de cualquier científico social. Este gran personaje luego dedicó su vida a describir y defender la diversidad de la vida y, de manera casi activista, proponer que es una responsabilidad ética de la humanidad el proteger el 50% de la superficie del planeta para mantener el 80% de las especies vivientes.

Thomas Lovejoy fue otro científico y gran defensor de la diversidad biológica que, así como uno puede relacionar a Jacques Cousteau con los océanos o a Jane Goodall con África, a él se lo puede hacer con la Amazonía. Incluso se le atribuye haber creado el término “diversidad biológica”. Sus estudios sobre la biodiversidad en la Amazonía de Brasil, basados en los descubrimientos de Wilson, nos ayudaron a diseñar las áreas naturales protegidas del planeta para maximizar su rol de preservar la vida en ellas. Junto a su colega Carlos Nobre, sugirieron el concepto del “punto de no retorno” para la Amazonía (o ‘tipping point’), resaltando el papel que tienen los bosques amazónicos como estabilizadores del clima mundial y que, de continuar las tasas de deforestación que experimenta el ecosistema más rico en biodiversidad del planeta, no solo exacerbamos el cambio climático, sino que aseguramos la extinción masiva de especies biológicas más grande, similar a la ocurrida durante el período geológico cretácico hace 65 millones de años. Aparte de haber canalizado cientos de millones de dólares para su protección, Lovejoy ha sido el punto de referencia para cualquier consulta sobre el estado actual y futuro de la Amazonía. Esta, lamentablemente, ha perdido a su más reconocido representante.

Hay algo más que junta a estos dos grandes personajes. Desde los inicios de sus carreras, ambos tuvieron una relación muy cercana con el mundo natural. Su inspiración fue su inmensa curiosidad por la vida, seguida por su preocupación por el futuro del planeta. Ojalá que el legado de Edward O. Wilson y de Thomas Lovejoy sirva como ejemplo para las generaciones actuales. Sobre todo porque, actualmente, nuestro planeta se encuentra en uno de sus momentos más críticos.

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