Un grupo de personas en una calle de Florida, Estados Unidos, el pasado setiembre. (Foto: EFE/Epa/Cristóbal Herrera-Ulashkevich).
Un grupo de personas en una calle de Florida, Estados Unidos, el pasado setiembre. (Foto: EFE/Epa/Cristóbal Herrera-Ulashkevich).
John M. Barry

La gente casi siempre presta atención a quienes dicen lo que quieren escuchar. Por lo tanto, no es de extrañar que la Casa Blanca y varios gobernadores presten mucha atención a la “Declaración del Gran Barrington”, una propuesta escrita por un grupo de científicos que quieren cambiar la política de para lograr , el punto en el que suficientes personas se han vuelto inmunes al virus y es poco probable que se propague.

Lo harían permitiendo que “aquellos que tienen un riesgo mínimo de muerte vivan sus vidas normalmente”. Esto, dicen, permitirá a las personas “desarrollar inmunidad al virus a través de una infección natural”.

Estos académicos son una minoría. La mayoría de sus colegas han condenado su propuesta como inviable y poco ética, incluso como equivalente a un “asesinato en masa”. ¿Pero quién tiene razón?

Los firmantes de la declaración tienen razón. Las restricciones diseñadas para limitar las muertes causan daños reales. Entonces, la idea de regresar a algo parecido a la normalidad es seductora. Pero se vuelve menos seductora cuando se examinan las omisiones en la referida declaración.

Primero, no menciona el daño a las personas infectadas en los grupos de bajo riesgo, sin embargo, muchas de estas se recuperan muy lentamente. Lo que es más grave, un número significativo, incluidos los que no presentan síntomas, sufren daños en el corazón y los pulmones.

En segundo lugar, dice poco sobre cómo proteger a los vulnerables. Uno puede evitar que un niño visite a un abuelo, pero ¿qué sucede cuando el niño y el abuelo viven juntos? ¿Y cómo se protege a un diabético de 25 años o a un sobreviviente de cáncer?

En tercer lugar, la declaración omite cuántas personas mataría la política. El Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington, cuyo modelo de la pandemia ha utilizado la Casa Blanca, pronostica alrededor de 415.000 muertes para febrero, incluso si continúan las restricciones actuales. Si estas se alivian, en lugar de eliminarlas por completo, las muertes podrían alcanzar los 571.527.

¿Habremos alcanzado entonces la inmunidad de rebaño? No.

Esta ocurre cuando suficientes personas tienen inmunidad, por lo que el brote finalmente desaparece. Para febrero, incluso con medidas flexibles, solo el 25% de la población habrá sido infectada, según mis cálculos. El modelo más optimista sugiere que la inmunidad colectiva podría ocurrir cuando el 43% se infecte, pero muchos estiman que tendría que ser entre 60% y 70%.

¿Y cuál será el costo? Incluso si se puede lograr la deseada inmunidad con solo el 40% de la población infectada o vacunada, se estima que 800.000 estadounidenses morirían.

Por horrible que sea el precio, podría resultar mucho peor si el daño al corazón, los pulmones u otros órganos de quienes se recuperan de los efectos inmediatos del virus no se cura y conduce a una muerte prematura o incapacitación. Pero no lo sabremos durante años. Algunas secuelas de la pandemia de influenza de 1918 no aparecieron hasta la década de 1920 o más tarde.

Además, la declaración en cuestión apunta a una falacia de hombre de paja, oponiéndose al cierre generalizado que comenzó en marzo. Nadie está proponiendo eso ahora.

¿Existe alguna alternativa? Distanciamiento social, evitar las multitudes, uso de máscaras, lavado de manos y un sistema de rastreo de contactos robusto. Algunos estados escucharon los consejos y lo han hecho bien. Pero la administración y demasiados gobernadores nunca apoyaron estas medidas, reabrieron demasiados estados demasiado pronto.

Peor aún, la Casa Blanca prácticamente ha abrazado la inmunidad de rebaño y ha envenenado al público con información errónea, lo que hace casi imposible lograr el cumplimiento cabal de las recomendaciones.

Remediar la situación requerirá seguir los consejos que se han dado durante meses. Eso no sucederá con esta Casa Blanca. Pero los estados, las ciudades y las personas pueden actuar por sí mismos.

Nada proporcionará una solución milagrosa. Pero todo ayudará.


–Glosado y editado–

© The New York Times