"La globalización no permite librarse de contagios, pero como país, sí podemos estar preparados con un sistema de salud por lo menos básico". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"La globalización no permite librarse de contagios, pero como país, sí podemos estar preparados con un sistema de salud por lo menos básico". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Enrique Ortiz Tejada

La aparición de una variedad más contagiosa del virus SARS-CoV-2 nos hace notar que, de seguir teniendo las condiciones propicias, la naturaleza sigue su curso con mutaciones que aparecen y que seguirán apareciendo. Y que, aunque al final de los tiempos solo queden cucarachas, ella siempre prevalecerá.

Esa corta “primavera” –producto de la pandemia, con aire limpio y abundantes animales en las ciudades y playas– fue una ilusión que duró poco. Durante ella se redujo la emisión de gases de efecto invernadero solo en 7% a nivel global. Parece que el shock no fue lo suficientemente drástico, o selectivo, como para cambiar el rumbo de la humanidad.

Las pandemias, el cambio climático y la degradación ambiental se han convertido en la marca de este periodo geológico que algunos llaman el “antropoceno”. Mientras no cambiemos la relación sociedad y naturaleza, solo nos queda estar en alerta. Y seguimos creando las condiciones propicias para la próxima tragedia. Por ejemplo, los principales generadores de virus patógenos son los animales domésticos, entre vacas y pollos. Estos han cambiado el uso del suelo a nivel planetario, al punto que ellos ganan en peso a la humanidad completa. La deforestación y los incendios se mantienen a niveles récord, alterando el clima y aumentando la desertificación, además de empujar al consumo de animales silvestres, potencialmente patógenos. A nivel global, el consumo de especies marinas se ha cuadriplicado en los últimos 50 años, mientras que más del 82% de las especies están sobreexplotadas.

Y en el Perú, seguimos fallando en disminuir la principal fuente de gases de efecto invernadero, que es la deforestación, además de descuidar los ecosistemas sumideros de carbono más importantes: humedales y manglares. El agua del subsuelo está cada vez más profunda, y aún queremos incrementar la agroindustria con especies muy sedientas en medio del desierto o en zonas áridas. ¡Producir una sola palta Hass requiere 18 galones de agua!

Y a pesar de tener el mar más rico del planeta, el manejo es deficiente y aún no se crean las reservas marinas prometidas. No tardará el momento en que consumamos más pescado importado que del propio. Aparte de ello, la basura y desechos no degradables, como los plásticos, están redefiniendo los ecosistemas urbanos y fondos marinos, y también a nosotros mismos: se ha encontrado que los microplásticos (partículas microscópicas de plástico) circulan en nuestras venas y pasan de la madre al hijo… ¡por la placenta! Estamos en camino a ser ciborgs.

La globalización no permite librarse de contagios, pero como país, sí podemos estar preparados con un sistema de salud por lo menos básico, y –como ante los terremotos– con una población prevenida para una reacción temprana y rápida. Ante el cambio climático, hemos tenido avances importantes, no solo en temas preventivos (manejo de cuencas, por ejemplo), áreas protegidas, sino también en legislación. La agenda al futuro no exige reinventar la rueda, porque ya existen numerosas y sabias propuestas concretas, además de exitosas experiencias que replicar a mayor escala.

Pero lo más importante es la decisión política. El tema ambiental es un eje central para la salud, la economía, y el bienestar de los peruanos. Debemos reforzar las instituciones y poner en marcha una acción coordinada entre sectores, gobiernos y sociedad civil. El presidente Sagasti tiene la oportunidad para sentar las bases, pero ello no será cosa de pocos meses. Por eso, desde ahora, todos los peruanos debemos exigir que los candidatos electorales presenten un plan coherente, y que, en abril, elijamos pensando en el futuro. De otra forma, estaremos pagando una factura muy cara.