La pandemia del coronavirus ha tomado al mundo por sorpresa y ahora expondrá las flaquezas económicas subyacentes donde sea que estén. Pero la crisis también nos recuerda que vivimos en un mundo profundamente interconectado. Si la pandemia tiene algún aspecto positivo es la posibilidad de una reformulación muy necesaria del diálogo público que centre la atención en los más vulnerables, en la necesidad de una cooperación global y en la importancia del liderazgo y la experiencia profesional.
Más allá del impacto directo en la salud pública, una crisis de esta magnitud puede desatar por lo menos dos tipos directos de golpe económico. El primero es un golpe a la producción, debido a la alteración de las cadenas de suministro globales. Suspender la producción de sustancias químicas farmacéuticas básicas en China, por ejemplo, altera la producción de drogas genéricas en la India, lo que a su vez reduce los envíos de medicamentos a los Estados Unidos. El segundo golpe es a la demanda: en tanto la gente y los gobiernos toman medidas para contener la propagación del virus, el gasto en restaurantes, centros comerciales y destinos turísticos se derrumba.
Pero también está el potencial de las repercusiones indirectas, como la reciente caída de los precios del petróleo luego de que Rusia y Arabia Saudí no lograran llegar a un acuerdo sobre recortes coordinados de la producción. En tanto estas y otras sacudidas se propaguen, las pequeñas y medianas empresas podrían verse obligadas a cerrar, lo que derivaría en despidos, pérdida de la confianza de los consumidores y mayores reducciones del consumo y la demanda agregada.
El desfile de posibilidades nefastas podría continuar. El punto más esencial por recordar es que la economía mundial nunca se recuperó plenamente de la crisis financiera del 2008, y que nunca se abordaron por completo los problemas subyacentes que produjeron aquel desastre. Por el contrario, los gobiernos, las empresas y los hogares en todo el mundo han acumulado más deuda, y los responsables de las políticas han minado la confianza en el sistema de comercio e inversión global.
Sin embargo, aunque el mundo empezó con una mano débil, nuestra respuesta a la crisis del COVID-19 podría ser mucho mejor de lo que ha sido. La tarea inmediata es limitar la propagación del virus a través de pruebas generalizadas, cuarentenas rigurosas y distanciamiento social. Los países más desarrollados deberían estar bien posicionados para implementar estas medidas; sin embargo, Italia se ha visto sobrepasada por la epidemia y la respuesta de los Estados Unidos no ha inspirado confianza.
De cara al futuro, a menos de que el coronavirus se erradique a escala global, siempre puede regresar, o inclusive convertirse en una alteración estacional. Si no se descubre un tratamiento efectivo pronto, todos los países tendrán que elegir entre encerrarse por completo o impulsar un esfuerzo global para erradicar el virus. Considerando que lo primero es imposible, lo segundo parece la opción natural. Pero esto exigirá un grado de liderazgo y cooperación global que escasea en abundancia. La presidencia del G-20 actualmente está en manos de Arabia Saudí, que está sumida en disputas internas y externas; y la administración del presidente Donald Trump ha repudiado la acción multilateral desde el principio.
Aun así, algunos países podrían lograr mucho si liderasen una respuesta global, persuadiendo a más países sobre el valor de la cooperación. Por ejemplo, los países que han sido relativamente exitosos a la hora de manejar la epidemia, como China y Corea del Sur, podrían compartir las mejores prácticas. Y en tanto los países empiezan a controlar el coronavirus al interior de sus fronteras, podrían enviar recursos ociosos a los países que necesitan personal médico más experimentado, respiradores, kits de prueba, mascarillas y cosas por el estilo.
Finalmente, se podría persuadir a China y a los Estados Unidos de que reviertan los recientes aumentos arancelarios y prescindan de nuevos. Si bien una reducción temporaria de los aranceles no serviría de mucho para mejorar la inversión transfronteriza, al menos ofrecería un pequeño impulso a la actividad comercial. Por otra parte, un acuerdo podría mejorar el sentimiento comercial sobre la recuperación pospandemia.
Dentro de los países, la tarea inmediata –después de implementar medidas para contener el virus– es respaldar a aquellos que están en la economía informal o con trabajos esporádicos cuya supervivencia se verá alterada por las cuarentenas. Quienes son más vulnerables económicamente también tienden a ser aquellos que carecen de acceso a la atención médica. Por lo tanto, los gobiernos deberían ofrecer, como mínimo, transferencias de dinero a estos individuos, así como una cobertura por gastos médicos relacionados con el virus. De la misma manera, tal vez haga falta una moratoria sobre el pago de algunos impuestos para ayudar a las pequeñas y medianas empresas, así como garantías de préstamos parciales y otras medidas para mantener el flujo de crédito.
En los países desarrollados, en particular, la pandemia pronto revelará que mucha gente se ha sumado a las filas de la precariedad laboral en los últimos años. Este grupo tiende a estar conformado por jóvenes, e incluye a muchas personas que viven en lugares “abandonados”. Por definición, quienes están en una condición de precariedad laboral carecen de la educación necesaria para garantizarse empleos estables con beneficios y, por ende, tienen una participación menor en “el sistema”. Las transferencias de dinero enviarían el mensaje de que para el sistema todavía son importantes. Pero será necesario hacer mucho más para expandir la red de seguridad social y brindarles nuevas oportunidades.
Los partidos y los líderes populistas han capitalizado políticamente la situación de la marginalidad laboral, pero no han podido cumplir sus promesas. La pandemia puede aquí también tener un aspecto positivo. Los gobiernos que han debilitado a las agencias de prevención de desastres y a los protocolos de alerta temprana en vigencia hoy se dan cuenta de que, después de todo, necesitan profesionales y expertos. El COVID-19 ha sido rápido para exponer la incompetencia. Si a los profesionales se les permite hacer su trabajo, pueden restablecer parte de la confianza perdida de la población en el ‘establishment’.
En la arena política, un ‘establishment’ profesional más creíble tendrá la oportunidad de impulsar políticas sensatas que aborden los problemas que enfrenta la gente en situación de precariedad laboral sin dar lugar a una lucha de clases. Pero estas oportunidades no durarán para siempre. Si los profesionales no logran capitalizarlas, la pandemia no ofrecerá ningún aspecto positivo; solo más miedo, división, caos y miseria.
–Glosado y editado–