"DESFILE OBLIGADA DE COMUNEROS. Los “oncoy” armados con metralletas cuchillos petardos portando banderolas alusivas a su partido obligaron a la comunidad desfilar en la plaza principal los comuneros desfilan entre terror y alegría al son de música y canto portando sus cachiporras rijon warakas sogas podaderas cegaderas-conducen los onqoy con hurra alegando que el comunero llegaran al poder y gobernara al país sin desigualdad donde no existe ricos ni pobres sin explotación". (Fuente: MALI)
"DESFILE OBLIGADA DE COMUNEROS. Los “oncoy” armados con metralletas cuchillos petardos portando banderolas alusivas a su partido obligaron a la comunidad desfilar en la plaza principal los comuneros desfilan entre terror y alegría al son de música y canto portando sus cachiporras rijon warakas sogas podaderas cegaderas-conducen los onqoy con hurra alegando que el comunero llegaran al poder y gobernara al país sin desigualdad donde no existe ricos ni pobres sin explotación". (Fuente: MALI)
Elder Cuevas-Calderón

Durante la Segunda Guerra Mundial, el pintor español Pablo Picasso recibió en su estudio de París la visita de un oficial nazi. Al entrar, el militar vio el ‘Guernica’ y, sorprendido por su vanguardismo, le preguntó: “¿Esto lo ha hecho usted?”. A lo que Picasso respondió: “No, ‘ustedes’ lo hicieron”. Esta es tal vez la mejor metáfora que nos permitirá entender la polémica alrededor de las .

Todos los peruanos hemos sentido el embate del conflicto armado. Ya sea en primera o tercera persona, fuimos testigos de la violencia que se generó por el execrable ataque terrorista y la respuesta de las fuerzas armadas. Y aunque tras la deposición de las armas, se gestó un aparente proceso de pacificación, otro tipo de violencia tomó su lugar: el rechazo y expulsión de cualquier interpretación que no sea unívoca. Así, la violencia dejó de empuñar un fusil para pasar a efectuar su poder a través de los silencios y las censuras. Cualquier obra que distara de esta interpretación encendía las alarmas de la apología. Si bien las Tablas de Sarhua no son las primeras propuestas artísticas que encienden dichas alarmas, ¿por qué resulta tan importante debatir sobre ellas? ¿Es acaso porque se ha silenciado la voz de un testigo? ¿O porque dicha voz haría apología al terrorismo? Tal vez la pregunta más sensata que debemos formularnos es acerca de las imágenes que emplean los artistas peruanos para hacer algo inteligible el pasado traumático. ¿Son solo escenas de una comunidad ayacuchana; en este caso, de los pobladores del Sarhua que sufrieron la violencia del conflicto armado?

No. Son más que eso. Al ser obras de arte, estas tienen la particularidad de decir lo indecible, de disentir de la simbología enquistada, de agrietar los modos de pensar y sentir. En pocas palabras, tienen la potencia de dejar ver aquello que es ajeno al sentido común. Pero –principalmente– tiene la capacidad de examinar los vacíos y las incongruencias de dicho sentido. Las tablas hablan sin tapujos, se arriesgan y embisten como un toro a lo traumático. Es un relato que va reconstruyendo el pasado y haciendo inteligible lo ocurrido.

¿Por qué en tablas y no en palabras? Justamente porque si hubo violencia en el país es porque la palabra ya no funcionaba; su significado se había perdido y no respondía a nada. Peor aun en una sociedad peruana que ha hablado mucho pero discutido poco. Basta con observar cómo en cada debate la frase “no me has entendido bien” o “no me has leído bien” es la más recurrente y, a su vez, un freno para evitar el intercambio de argumentos.

Precisamente es en la elusión de la palabra que el corpus artístico permite generar puntos de contacto entre las locuciones divergentes, al proponer puntos mínimos de consenso social. No busca “lavar cerebros” ni “imponer una verdad”, solo busca evitar la violencia de la interpretación unívoca o simplemente del “no me has entendido” que zanja cualquier oportunidad de debate.

Así, nos damos cuenta de que una obra de arte no es solo eso, sino también un dispositivo cultural, una pieza de la memoria que nos permitirá ser un país descolonizado. Sin miedo a debatir (y no solo a hablar), sin miedo a sancionar (y no a excarcelar), sin miedo a tener una memoria que, en vez de acusar de apologista o fascista, respeta los relatos divergentes y busca en cada uno de ellos una narrativa de encuentro (y no de censuras).

Por eso se hace tan importante ‘respetar’ las Tablas de Sarhua. No solo en su acepción típica, sino en su sentido etimológico. Respetar (respectare) es mirar hacia atrás, mirar de nuevo, con una mirada forjada a partir de la distancia. Lo sucedido en estos días es producto de una mirada sin distancia; la del espectáculo. Hemos espetado (spectare) cual mirones, sin dejar espacio a la distancia. Una sociedad sin respeto, sin ‘pathos’ de la distancia, conduce a una sociedad del escándalo.

Si lo ocurrido hace días ha devenido escándalo/espectáculo es justamente porque lo que necesitamos es respetar (re-spectare). Por eso, cuando Picasso responde al oficial nazi sobre su participación en el ‘Guernica’, el pintor le invitaba a pasar del ‘spectare’ al ‘respetare’. ¿No será que las Tablas de Sarhua nos invitan a realizar el mismo ejercicio?