La tradición marinera marca que cuando un barco se está hundiendo, las mujeres y los niños tienen siempre prioridad para abandonar la nave y ser los primeros en acceder a los botes salvavidas. Poca gente sabe que este protocolo de emergencia fue implementado por primera vez en 1852 durante el naufragio del bote de la Marina Real Británica RMS Birkenhead- cuando descubrieron que las lanchas de rescate no eran suficientes para todo el pasaje-, y la tripulación decidió dar prioridad a mujeres y niños en esta situación de vida o muerte. Hoy, es la ley no escrita en el mar.
De la misma manera, en el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA), sabemos por experiencia que en emergencias la asistencia alimentaria y nutricional debe también ser enfocada en las mujeres y los niños primero.
Ante terremotos, sequías, inundaciones y friajes –a los que nos enfrentamos cada vez con más frecuencia-, actuar temprano, ayudando primero a las mujeres embarazadas o en estado de lactancia y los niños, no solo es importante para aliviar el hambre inmediata de esos grupos más vulnerables. Si tenemos en cuenta que el 80% del cerebro de los niños se forma durante los primeros 18 meses de vida, una rápida respuesta es también crucial para proteger a los niños de ese shock nutricional, asegurando que tanto ellos como sus madres continúan su desarrollo incluso durante las crisis.
En caso contrario los daños pueden ser permanentes e irreversibles y tiene consecuencias para toda la vida. La desnutrición aumenta la susceptibilidad a contraer enfermedades y reduce el coeficiente intelectual. Los niños pequeños, incluyendo los que nacen con un peso relativamente bajo, se pueden recuperar con rapidez durante la infancia, pero viven el resto de sus vidas con un alto riesgo de enfermedades crónicas, como lo son la diabetes o enfermedades cardiovasculares.
Dicho de otra forma, aceptar que por una emergencia puntal, más niños engrosen las filas de los desnutridos, es aceptar una de las formas más cruel de inequidad y exclusión, ya que esta afectará no sólo el derecho a la vida, y a la igualdad de oportunidades, a la salud, a la educación que todo ser humano debe de tener, sino que puede condenar permanentemente a esos niños a la marginalidad, incluso antes de nacer, en caso de que la madre no tenga los suficientes nutrientes durante el periodo de gestación.
No obstante siguiendo el espíritu del “Protocolo de Birkenhead” podemos cambiar la espiral descendente de hambre y marginación y la clave como les digo, está en proteger la nutrición de madres y niños estableciendo las bases de un futuro prometedor.
Es por ello que el PMA implementa por todo el mundo programas de dando prioridad a niños y mujeres. Por ejemplo, de los 80 millones de personas que asistimos en 75 países durante el año pasado, 68 millones de ellos fueron mujeres y niños, incluidos casi 8 millones de niños malnutridos que recibieron asistencia nutricional y 3 millones de mujeres en estado de lactancia que se beneficiaron de los programas para tratar y prevenir la desnutrición.
Enfocarse en mujeres y niños es enfocarse en la nueva generación y con todos estas acciones el PMA en América Latina y el Caribe está promoviendo la idea de que ahora más que nunca debemos continuar apoyando a los gobiernos a desarrollar o a ampliar los programas nutricionales existentes y reforzando las redes de protección social con un componente nutricional que proteja a los más vulnerables. Estoy seguro que si lo logramos esta nueva generación de niños sin hambre nos hará sentir orgullosos de sus logros.
Miguel Barreto es Director Regional de Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA) para América Latina y el Caribe.