Federico Prieto Celi
Periodista
Sufrimos el brote de un movimiento cultural neopagano, en una civilización, como la nuestra, que ha sido cinco siglos cristiana. Esta eclosión de tendencia poscristiana se manifiesta en el rechazo a las convicciones de nuestros padres sobre la vida, el matrimonio, la familia, la educación de los hijos, las relaciones de amistad y de amor, el trabajo y la solidaridad, el entretenimiento y la muerte. Es un suceso inverso al que se vivió en el Imperio Romano los primeros siglos de la cristiandad.
La “fe cansada” de la que habla Joseph Ratzinger se resigna a perder el terreno que ha sido suyo medio milenio. No quiere defender sus creencias, porque advierte la agresividad del adversario. El cristiano no practicante pacta en favor del mal menor, día a día, hasta que a la postre lo sorprenda la derrota completa de la fe y se imponga la dictadura neopagana del relativismo.
Un fenómeno que ocupa a la opinión pública con una virulencia inusitada es la estrategia para la destrucción del matrimonio como institución social, según el derecho natural. Una escalada legal que sigue el mismo guion en todos los pueblos: 1) reconocimiento social de los sentimientos, afectos, expresiones y relaciones de homosexuales, de manera pública y publicitada; 2) legalización de la unión civil entre homosexuales; 3) consagración constitucional del matrimonio homosexual, con respaldo de viciados organismos desarraigados de extraño origen; 4) permisividad legal para que los homosexuales adopten menores; 5) desprestigio del matrimonio natural; y 6) sexo libre a granel, como en los peores tiempos antes de Cristo.
Otro fenómeno similar: 1) negación de la vida humana dentro del vientre materno; 2) afirmación de la indignidad de la vida humana deteriorada por el paso del tiempo; 3) difusión de dilemas irreales para sacrificar una vida en aparente defensa de otra; 4) introducción gradual de legitimidad de casos peculiares, precisados por protocolos ambiguos de libre interpretación; 5) legalización del aborto y la eutanasia; 6) negocios lucrativos de explotación de la miseria humana, con clínicas abortistas y asesinatos de viejos enfermos.
Las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad dan paso a los “valores” de la sensualidad, el poder y el dinero. La cristiandad se despide de la civilización occidental, dando paso a la cultura tiránica del pensamiento único, donde no caben la religión católica ni el derecho natural, como no sea para ridiculizarlos y desecharlos. ¡Es un dicho recurrente en la historia que las víctimas de las revoluciones son las últimas en darse cuenta de que se les viene el huaico!
La ignorancia, la indiferencia y la ingenuidad son expresiones propias del “cansancio de la fe”. No proselitismo. No apostolado. No defensa. No testimonio. No fidelidad. Simplemente, abdicación de la cultura y la civilización cristianas, para dar paso a quienes vienen tocando trompetas a ídolos de barro, patrocinados por irresponsables poderes internacionales, que extienden sus tentáculos por el mundo. ¡Si no fuera porque el papa Francisco nos convoca en su última encíclica desde Roma –Ciudad Eterna–, al gozo y alegría del Evangelio!
En este debate ideológico cada ciudadano peruano debe asumir la responsabilidad de ser coherente con sus ideales; que la conducta individual y social exprese lo que piensa, también sobre Dios.