Quitémonos la venda. La violencia sexual contra niñas y adolescentes es una realidad penosamente cercana y cotidiana. No verla y no entenderla a cabalidad impiden proteger a las niñas y las adolescentes y asegurar sus derechos, afectando sus oportunidades de desarrollo.
A menudo, la violencia sexual pasa desapercibida en la sociedad: no se logra identificarla a tiempo; se la justifica, culpando a la víctima; se la disfraza de broma aceptable; no se comenta sobre ella; no se la denuncia. Cuando ello sucede, la sociedad se cubre los ojos y da la espalda a las víctimas.
Este flagelo a veces pasa desapercibido, pero no deja de estar en todos lados y a plena vista para quienes quieran verlo. Se esconde delante nuestro: en ambientes familiares que muchas veces damos por seguros, como el hogar o la escuela. No distingue condición socioeconómica ni ubicación geográfica.
Nueve de cada 10 víctimas de violencia sexual son niñas y adolescentes, que sufren las consecuencias del abuso el resto de su vida.
En una mayoría de casos de violencia sexual, los agresores son adultos hombres que conocían a las víctimas, y que se valieron de la posición de poder que tenían sobre ellas para violentarlas y, a menudo, silenciarlas. En uno de cada cinco casos, el agresor continúa viviendo con la víctima y, en la mitad de ellos, la víctima no denunció al agresor luego del primer episodio de violencia.
Pese a esta cercanía, en la sociedad, aún se asocia la violencia sexual con contextos de precariedad económica o culturalmente diversos, y a los perpetradores se les imagina como extraños con problemas mentales. Este mal entendimiento del problema impide actuar para prevenirlo y enfrentarlo.
Transformar esta realidad es indispensable para lograr la igualdad entre géneros y el empoderamiento de las mujeres y las niñas (el Objetivo de Desarrollo Sostenible N°5 de la Agenda 2030). Hay tres acciones que podemos realizar, cualesquiera que sean nuestros roles en la sociedad.
Una primera acción es informarse y contribuir a desmitificar la violencia sexual. Los estereotipos y la falta de información de calidad normalizan la violencia y permiten que se reproduzca en la sociedad. Es necesario comprender que la violencia sexual se refiere a todo acto sexual o intento de cometer un acto sexual sin el consentimiento de una persona.
Una segunda medida es conversar al respecto, en el hogar, en el vecindario, en las escuelas. La violencia sexual no es un tema privado, sino público, pues se trata de una violación a los derechos humanos con consecuencias perniciosas para la sociedad. Incentivar el diálogo es clave para comprender su grave impacto, especialmente en la vida y futuro de las niñas y las adolescentes.
Una tercera acción es alzar la voz y tomar acción para denunciar la violencia y proteger a quienes la han sufrido. Debemos estar alertas y actuar oportuna y decididamente ante cualquier sospecha y al identificar un hecho de violencia.
Por último, es importante tener presente que la violencia sexual no excluye a niños y adolescentes varones. Ellos también son una población en riesgo que requiere ser protegida y atendida.
Cuando las adolescentes y las niñas reciben apoyo para hacer efectivos sus derechos y viven una vida sin violencia, pueden alcanzar su potencial y crear un mundo mejor para ellas mismas, sus comunidades y sus sociedades. Desde el Sistema de las Naciones Unidas en el Perú, estamos plenamente comprometidas con aportar a lograr los cambios necesarios para alcanzar una sociedad libre de violencia sexual.