Stefanie Medina

El 7 de diciembre del 2022 es una fecha que recordaremos. Al igual que los eventos catastróficos que ya forman parte de nuestra historia nacional, es ya tradición de un buen peruano recordar dónde estaba, qué hacía y quién lo rodeaba durante el operativo Chavín de Huántar, el mensaje de Alberto Fujimori cuando renuncia a la presidencia, el terremoto del 2007 y, últimamente, la intentona de golpe de Estado del último (por el momento) de nuestros expresidentes, Pedro Castillo.

Recuerdo la esperanza que representó el candidato chotano no solo en su pueblo, sino también –y con más ahínco– en el sur de nuestro país. Más del 90% de votos en Puno durante las elecciones lo demuestran. José Pedro Castillo Terrones vendió, ofreció y prometió que con él iba a existir un Perú distinto para el olvidado. Esos a los que los limeños vemos a veces en revistas, en afiches de programas sociales, pero que tienen derecho a exigir un gobernante que prometa lo que cumple. Recuerdo un cartel de tantos de los que recibían al entonces candidato que indicaba: “Pedro, no la cagues”.

Durante los 498 días que Pedro Castillo fue presidente, tuvo la osadía de petardear –lo que muchas personas alrededor le querían ayudar a construir– el país. La deslealtad a las promesas que hizo Castillo pudo más. Fue de petardeo a petardeo con cada iniciativa, cada reforma, cada cosa que tal vez algún ministro o funcionario con dos dedos de frente intentaba hacer bien, Castillo lo bloqueaba, pésimamente asesorado por personas que solo querían su tajada, pero con esta se llevaban también un pedacito del Perú y de la esperanza que representó las promesas que hizo Castillo.

De estos días me quedan muchas preguntas, pero solo dejaré dos al aire. ¿Por qué Felix Pino redujo los requerimientos para ser secretario general de presidencia y dejar carta libre a Bruno Pacheco? El expresidente Sagasti dijo que no tenía conocimiento de esta modificatoria. Y ¿quién le escribió el mensaje con el que dio el golpe de Estado más corto de la historia republicana?, incluso los hermanos Gutiérrez duraron más de dos horas.

Se sabe que al menos los dos primeros presidentes del Consejo de Ministros que tuvo el gobierno de Castillo no escogieron a ningún miembro de su Gabinete. Cuando fueron seleccionados para el cargo, ya les tenían todo listo. ¿Quiénes los escogían? ¿Por qué tenían ese nivel de poder? No solo estaba Vladimir Cerrón, que tenía la bala de los votos de los congresistas de Perú Libre, también estaba el bando de los profesores que ofrecía y recomendaba a su antojo a funcionarios que ni habían tenido experiencia en trabajo gubernamental.

Castillo también cambió la forma en la que los periodistas hacemos periodismo. Ante la falta tremenda de información que existió durante su gobierno, los reporteros necesitábamos saber, conocer qué pasaba adentro de él. Por eso las solicitudes de acceso a la información por transparencia se volvieron una de las mejores aliadas para publicar lo que no quería el gobierno que se publicara. Pero también fue un momento en el que se exacerbó la impotencia del ciudadano ante un sistema que se resquebrajaba frente a nuestros ojos. ¿Por qué había tanta gente sin experiencia, tantas personas que iban a pedir trabajo en nombre del presidente? Más que capacitaciones o experiencia, importaba ser el amigo, el conocido, la ‘promo’ o simplemente el paisano.

¿En qué momento Castillo jodió al Perú? ¿Y por qué la mayoría de los últimos presidentes de una u otra forma lo han hecho? En el caso de Castillo, desde el inicio puso bien en claro que su prioridad nunca fue ser mandatario. Fue una catapulta para algo que, para él, siempre fue primero. Durante una reunión junto a representantes del magisterio, alzó la voz y dijo: “Lo político es temporal, pero lo sindical es eterno”. Esa gruesa frase lo define y encamina lo que en realidad quería hacer, usar la presidencia y al Perú como un botín.

Stefanie Medina es periodista