Es innegable el avance del Perú en las últimas décadas, en especial hasta mediados de la década pasada. El Perú creció y mucho: nos convertimos en referentes en la región. Se hablaba, de hecho, del milagro peruano. Veníamos de ser un país con una economía devastada, un paria en los mercados financieros, y pasamos a un periodo de estabilidad y crecimiento que permitió una reducción impresionante de la pobreza, acompañada de una menor desigualdad. Las cifras están ahí para quien las quiera revisar.
Para ese crecimiento y para el cambio que experimentó el país, el sector privado fue fundamental, convirtiéndose en un motor de crecimiento que parecía a prueba de balas.
¿Qué falló en el modelo? Sin duda los modelos requieren ajustes y corrección, pero la mayor deficiencia en este no estuvo en la generación de riqueza y puestos de trabajo, sino en la deficiente redistribución y en la mala gestión de la inversión y el gasto público, que eran responsabilidad del gobierno central y de los gobiernos regionales.
Por otro lado, poco a poco el populismo, la corrupción, la desinstitucionalización, la ilegalidad, la informalidad, la degradación de la política y la sobrerregulación fueron ganando terreno en el país y mermaron nuestra capacidad estructural de crecer sostenidamente. Nuestro país necesita crecer sostenidamente por encima de 4% para reducir la pobreza y casi desde hace una década crecemos menos de 3% en promedio.
¿En qué falló el sector privado? Fue nefasto que algunas empresas protagonizaran escándalos de corrupción, como los que vimos los últimos años. Pero ellas no son representativas del sector privado. La mayoría de empresarios son personas decentes.El principal error, salvo contadas excepciones, fue alejarse del quehacer político y dejarle el espacio a personas que no eran las indicadas para la política. La visión de cuerdas separadas entre política y economía fue algo muy común que estuvo equivocado.
Todavía tenemos bases sólidas para crecer. Somos un país bendecido por recursos naturales y gozamos de una salud financiera envidiable en la región, en temas de estabilidad, reservas internacionales y nivel de endeudamiento. Ahora, se requieren sin duda reformas estructurales que nos devuelvan la confianza, la competitividad y que pongan en el centro las necesidades de salud y educación de nuestra población. Reformas en lo político, en lo judicial, en educación, en salud, en lo laboral, en lo tributario y también en lo económico. Esas reformas con visión de Estado y de largo plazo no se van a empujar solas. El sector privado tiene que tener un mayor involucramiento y mayor vocería. Los líderes empresariales de hoy debemos estar más presentes en el quehacer político del país.
Por un lado, tenemos que alzar la voz para que el Estado cumpla con sus obligaciones, especialmente con los más necesitados y, por otro lado, debemos involucrarnos más y recuperar el rol de los gremios con especial foco en provincias. Además, hay que apoyar y comprometer recursos hacia ‘think tanks’ y centros de pensamiento que defiendan las ideas de una democracia sólida, la institucionalidad y un mercado competitivo y abierto, pero también participar en ‘do tanks’, pasando a una acción más activa y concreta.
Finalmente, debemos tomar conciencia de que, cuando la gente decente se aleja de la política, ese espacio no queda vacío: alguien lo ocupa y muy probablemente ese alguien no sea el más idóneo para los intereses del país. Tenemos la responsabilidad de tener un rol mucho más presente y empujar para enrumbar de nuevo al país hacia un crecimiento sostenido, que nos permita volver a crecer y brindar oportunidades y una mejor calidad de vida a todos los peruanos y a los que más lo necesitan.