La reciente crisis política ha puesto nuevamente en la palestra la tensión entre hacer política y comunicar. La noche previa al debate por el pedido de vacancia en el Congreso, el presidente Pedro Pablo Kuczynski reconoció en un mensaje a la nación no ser “un buen comunicador” al intentar esclarecer los hechos que lo vinculaban con Odebrecht.
En tiempos en los que la información es un bien público y el quehacer de los políticos se encuentra debilitado –debido a la amplificación de los medios y a la espectacularización de la política–, surge la percepción de la comunicación como una panacea que resolverá los problemas de todos los gobernantes. Como si ella pudiera solucionar conflictos, cambiar ideologías o hacer olvidar ciertos acontecimientos. La pregunta de fondo, sin embargo, es si una crisis como la que enfrenta el presidente Kuczynski implica verdaderamente un problema de comunicación.
En primer lugar, ¿cómo se entiende la comunicación hoy? Los últimos años muestran la necesidad de contar con comunicadores en cada espacio de gobierno, en cada corporación, en cada proyecto emprendido. Los ciudadanos demandan conocer qué hacen sus representantes (pero si algo falla, los gobernantes rápidamente se lo atribuyen a un problema de comunicación).
En momentos de crisis no se sabe bien qué decir o cómo responder ante las críticas. Parece que hay un deslumbramiento respecto de los escenarios que puede producir y generar la comunicación. ¿El político comunica mal o gobierna mal? Lo que se habría olvidado es que la política es acción en función del bien común. Y lo que debe buscarse es el diálogo y el consenso para superar la confrontación con actores políticos… pero también con la ciudadanía.
En ese sentido, el mensaje a la nación del lunes en la noche a raíz del polémico indulto a Alberto Fujimori revela la precariedad del mandatario al momento de hacer política y al comunicarla. En su discurso, el presidente colocó por delante frases reivindicativas más que argumentos: “La justicia no es venganza” o “Las heridas abiertas solo podrán curarse a partir de un esfuerzo reconciliador”. También escuchamos a un jefe de Estado con temores más que certezas: “No nos dejemos llevar por el odio [...] pasemos esta página”. El odio al que se refiere el presidente es la indignación ciudadana, ¿cómo pasar la página sin tomarla en cuenta?
Esto, sin embargo, no es nuevo. Desde el inicio de este gobierno se notó cierta desarticulación respecto del rol en la comunicación política que debía cumplir el presidente. Desde el baile espontáneo el día de su juramentación hasta la rutina fallida de ejercicios en Palacio de Gobierno o el programa de televisión que no logró tener audiencia, los ensayos de comunicación de PPK marcaron cierto acercamiento con la ciudadanía pero estuvieron desarticulados de una estrategia de comunicación que permitiera mantener una conexión permanente mediante mensajes coherentes con la gestión de sus ministros. Una en la que se visibilice la continuidad en las decisiones del gobierno. Los gestos coherentes no solo marcan un estilo, construyen una identificación, una historia común, un mito para gobernar.
Una excepción fue la reacción frente a los efectos de El Niño costero. En esa oportunidad existió una respuesta rápida y activa que buscó convocar a los políticos de distintas bancadas pero también logró la adhesión de los ciudadanos. #UnaSolaFuerza se convirtió en una acción movilizadora que generó gran consenso en la opinión pública, creando legitimidad en las acciones emprendidas desde el Gobierno Central.
Los ciudadanos hoy cuentan con mayores herramientas para acceder a la información y expresar su opinión, por lo que son a la vez más críticos y demandan respuestas rápidas (no necesariamente una solución al problema pero sí ser escuchados). Un ejemplo de ello han sido las protestas ante la decisión del indulto a Fujimori. Estas no solo expresan la indignación de un gran sector de la ciudadanía sino su propia acción política ante la pasividad del gobierno. Salvo el mensaje del presidente en las condiciones descritas, no ha habido ninguna reacción política de su Gabinete y, por el contrario, se han sumado las renuncias de congresistas y de funcionarios, debilitando más su gobierno.
La comunicación política busca incorporar no solo la puesta en escena, sino generar un discurso –narrativa y símbolos– hacia un objetivo de diálogo, consenso, reconocimiento e identificación. El ex presidente Obama y su relación con los niños, alrededor de la reforma de salud o el ex presidente Mujica y su imagen de austeridad lograron construir un gobierno con legitimidad. Y ella se construye en relación con la ciudadanía, no solo con los políticos… Esa es la dimensión que hoy no ve el presidente.