Estados Unidos está en pánico por TikTok, la aplicación de videos china conocida por su capacidad para inspirar a los adolescentes a probar nuevos pasos de baile.
La semana pasada, la Casa Blanca exigió a los propietarios de TikTok que la vendieran o se enfrentarían a una prohibición. El ultimátum llegó tras meses de retórica contra TikTok: el director de la Agencia de Seguridad Nacional declaró ante el Congreso que le preocupa que TikTok sea utilizada para operaciones de influencia extranjera. Una docena de senadores han presentado un proyecto de ley que le otorgaría al Gobierno Estadounidense amplios poderes para prohibir la aplicación y otras tecnologías procedentes de China y otros cinco países hostiles.
Esta semana, el Congreso Estadounidense ha convocado al director ejecutivo de la compañía, Shou Zi Chew, para interrogarlo sobre el uso que TikTok hace de los datos de los estadounidenses, su impacto en los niños y su relación con el Partido Comunista Chino.
Ojalá todos los gigantes tecnológicos que se aprovechan de los datos de los estadounidenses recibieran el mismo escrutinio. Aunque el Congreso se ha alzado en armas contra TikTok, no ha aprobado ni siquiera la más básica legislación integral sobre privacidad para proteger los datos de los estadounidenses de un uso indebido por parte de todas las empresas tecnológicas que los recopilan y extraen. Tampoco ha seguido el ejemplo de Europa con su reciente presión para obligar a las plataformas a ser más responsables por la desinformación que difunden.
Todo este episodio forma parte de un escándalo mayor, en el que Estados Unidos está adoptando una postura cada vez más enfrentada con China. Ejecutivos tecnológicos estadounidenses y líderes de seguridad nacional han alimentado esta narrativa, advirtiendo de una guerra fría de la inteligencia artificial en la que China podría superar a Estados Unidos.
Pero cuando se analizan a fondo las acusaciones de seguridad nacional contra TikTok, resulta revelador que la mayoría de los cargos podrían imputarse con la misma facilidad a los gigantes tecnológicos estadounidenses.
Proteger los datos de las amenazas internas ha sido un problema para todas las tecnológicas. Google ha despedido a decenas de empleados por hacer un uso indebido de datos. Microsoft admitió haber hurgado en la cuenta de Hotmail de un bloguero para ver quién le filtraba documentos internos. En Twitter, los controles eran tan laxos que un exempleado fue condenado por utilizar su acceso para espiar a disidentes sauditas, y un denunciante dijo que la empresa había contratado a un empleado en la India que usó su acceso para espiar a disidentes indios.
El problema más profundo es que poner a TikTok bajo control estatal, prohibirla o venderla a una empresa estadounidense no resolvería las amenazas que se dice que plantea la aplicación. Si China quiere obtener datos sobre residentes en Estados Unidos, puede comprárselos a uno de los muchos intermediarios de datos no regulados que venden información detallada sobre todos nosotros. Si China quiere influir en la población estadounidense con desinformación, puede difundir mentiras a través de plataformas de Big Tech con la misma facilidad que otros países.
Sin mencionar que nuestra falta de atención nacional a las defensas de ciberseguridad significa que sería mucho más eficaz para China hackear el router wifi de cada hogar –la mayoría de los cuales se fabrican en China– y obtener datos mucho más sensibles de los que puede obtener sabiendo qué videos vemos en TikTok.
Una mejor solución sería aprobar leyes que obligaran a toda nuestra tecnología a servirnos mejor. Tomémonos en serio la exigencia de una verdadera seguridad, privacidad y responsabilidad de la tecnología en nuestras vidas.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times