Corren las semanas y el tablero electoral va quedando más claro para la ciudadanía. Los últimos jales y alianzas concretadas revelan que la política peruana pasó de ser tradicional a una reciclada.
Las organizaciones políticas del siglo XX han tenido que recurrir a la maniobra del reutilizamiento, llegando al extremo de generar planchas presidenciales Frankensteins para sobrevivir y seguir figurando en la competencia electoral del 2016. Aunque es válida y legítima su decisión, ¿qué mensaje le están transmitiendo a la sociedad y a las nuevas generaciones? ¿Qué debe interpretarse con la actitud de los partidos políticos en el Perú?
En primer lugar, el estado de anacronismo en el que se encuentran. La presencia de los mismos discursos, con los mismos ofrecimientos, para combatir los mismos males, es consecuencia –precisamente– de mantener las mismas caras en la política. Es imposible solucionar problemas estructurales con peroratas de individuos que en su momento tuvieron poder en sus manos y que no lo utilizaron a cabalidad para acentuar las reformas que el Perú –lentamente– viene trabajando en los últimos 15 años.
En segundo lugar, el alto grado de deslegitimación de los partidos políticos fortalece la necesidad de generar nuevas posibilidades de articulación y participación de la sociedad en la política. El parapeto de elecciones internas en las que solo se formaliza la imposición de un candidato contribuye al desprecio de los ciudadanos por este tipo de organizaciones que –además– incumplen sus posteriores obligaciones establecidas por la ley.
Por último, los partidos utilizan al electorado para acceder al poder, no para cumplir un mandato de él. Aunque faltan meses de campaña, hasta el momento no se aprecia que los miembros de una organización política coincidan en torno a un proyecto común, ideología definida o propuesta específica; solo los une el apetito por (volver a) acceder a un cargo en la estructura de gobierno nacional.
Como el electorado hasta ahora solo cumple un papel utilitario (lo que importa es su voto), los partidos políticos no se han preocupado por acometer procesos de renovación, de perfeccionamiento, mucho menos de regeneración interna a través de la incorporación de nuevos cuadros capacitados para el servicio público. Como recurso fácil, solo se ha recurrido al reciclaje de caras, de egoísmos y de apetencias de poder, mostrando como resultado su mayor podredumbre organizacional ante la sociedad. Tanto así es que apreciamos versiones redivivas del milagro de San Martín de Porres: comiendo juntos perro, gato y ratón.
Este reciclaje –que en realidad no lo es en sentido estricto, pues supondría tener como producto final algo nuevo– es finalmente un mal trabajo de latonería y el último recurso con el que cuentan para salvarse de la inevitable salida de circulación; a pesar de mantener –también– las mismas estrategias de venta: el tradicional mercadeo electoral chicha, incluso en redes sociales.
Pese a lo anterior, no todo es malo. El mensaje más importante es quizá la cercanía del agotamiento de un sistema que no da para más, de la posibilidad del surgimiento de un nuevo orden en el que las reglas de juego y los protagonistas sean otros; y en ese momento no habrá reciclaje que valga. Directo al tacho.