Fernando  Bravo Alarcón

En las últimas semanas, diversas regiones del mundo (Europa, partes de Norteamérica, África y Asia) están enfrentando temperaturas extremas que, tanto por su intensidad como por su inusitada cobertura geográfica, han llamado la atención de los medios y de la comunidad científica. Ciudades como Londres o regiones de Bélgica, donde el calor no es precisamente una de las características más típicas, han enfrentado más de 40°C, sin dejar de mencionar a otras de Portugal y España, en las que se han registrado decenas de víctimas e incendios forestales.

La explicación más comúnmente aceptada atribuye al la condición de causa eficiente del mencionado fenómeno caluroso, el cual forma parte de toda una gama de episodios previos que han golpeado a otras zonas y latitudes del globo. Estos peligrosos escenarios han sido presentados como precoz expresión de las futuras consecuencias del . Dicho de otra manera, se ha forjado una tendencia explicativa por la cual cada vez que aparece una ola de calor se le sindica al cambio climático el papel de causante ‘prima facie’.

Por el lado de los negacionistas climáticos, igualmente, estos han utilizado los casos de nevadas, tormentas y olas de frío polar para negar toda forma de calentamiento global. Recuérdese, si no, el sarcástico comentario del entonces presidente estadounidense Donald Trump en enero del 2019 respecto de las bajísimas temperaturas en el medio oeste de los Estados Unidos: “¿Qué demonios está pasando con el calentamiento global? Por favor, vuelve pronto, ¡te necesitamos!”, tuiteó en aquella ocasión.

Pareciera que algunas posiciones climáticas devienen alarmistas cuando quieren explicar las olas de calor, mientras que los sectores escépticos gustan de hacer gala de su negacionismo cuando aparece algún frente gélido que se trae abajo los termómetros. ¿Cualquier ola de calor tiene al cambio climático como explicación de fondo? En muchos casos, probablemente sí, pero hay que buscar respuestas científicamente fundamentadas pensando en factores más específicos y puntuales que faciliten la toma de decisiones.

Para evitar repetir la lógica negacionista, tan anticientífica como reduccionista, son necesarias más prudencia y responsabilidad. Por ello, no es recomendable atribuir el origen de cualquier evento calamitoso al cambio climático, una actitud con la que se estaría convirtiendo a este último en un cajón de sastre y, de paso, restándole credibilidad a la ciencia climática.

En el caso del Perú, también se observa esta tendencia. Por ejemplo, cuando se produjo el llamado Niño costero en el verano del 2017, la explicación más usual fue la del cambio climático. Incluso la Ley 30754, ley marco sobre cambio climático, promulgada en abril del 2018, tuvo como elemento impulsor los desastres perpetrados por dicho fenómeno: conmocionados por las lluvias torrenciales, los desbordes y las pérdidas materiales, los legisladores presentaron casi una decena de iniciativas, entre proyectos y mociones, lo que se materializó en la referida ley.

El cambio climático necesita respuestas oportunas, responsables y realistas, todas ellas adecuadas a sus verdaderas dimensiones y alcances. No lo convirtamos en un concepto que se estira arbitrariamente para explicar cualquier anomalía atmosférica.

Fernando Bravo Alarcón es Sociólogo y docente de la PUCP

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