El chavismo sin Chávez comienza a lavar los trapitos rojos fuera de casa. Lo que eran rumores, filtraciones en las tuberías, ahora cuelgan en los tendederos públicos por boca de uno de los viejos gurús del régimen, el hasta hace nada influyente y hoy cesado ministro de Planificación, Jorge Giordani. No es cualquier despechado por haber sido relevado del cargo, un rencoroso fusible recién quemado en un ministerio importante. Se trata del padre espiritual del difunto líder del socialismo del siglo XXI, del profesor que le implantó con esmero las larvas de un marxismo primitivo y ramplón que hasta en la Cuba socialista de hoy quieren fumigar a toda prisa montando tarantines de mercado libre.
El monje, como lo llaman entre los suyos, denunció en su carta de despedida la falta de vigor del presidente Maduro para detener –tal como él supuestamente se lo había sugerido– las fuentes de corrupción que se habían ido generado durante su mandato. Una acusación bastante grave en cualquier país con poderes independientes. (Aquí se dispara inmediatamente la pregunta obvia: ¿Por qué no lo dijo antes? La verdad... poco importa).
El presidente Maduro lo ha tildado de traidor e “izquierdista trasnochado”, precisamente él, quien viene de las catacumbas de una izquierda todavía anclada en los años sesenta. La querella indica las contradicciones que anidan entre los herederos del proyecto: los militares que recobraron el ánimo que el caudillo les había quebrado; la izquierda irredenta que tuvo su segundo aire; los negociantes del erario público; y los feligreses de a pie que de buena fe creyeron y votaron.
El rifirrafe tiene lugar en vísperas del III Congreso del PSUV –el partido oficialista–, convocado para julio de este año a fin de ratificar a las autoridades vigentes, no para evaluarlas. Como abrebocas para el Congreso, el presidente Maduro ha declarado: “Llamo a la máxima lealtad, llamo a la máxima disciplina. Jamás duden de mí, yo soy un hombre del pueblo”. Quiere decir que las dudas conspiran en las sombras y la disciplina titila. Los carnets del partido ahora también identifican al eventual “traidor” que duerme en cada militante descontento. Ya no logran insuflar entusiasmos, las consignas se desploman descascaradas de las paredes y mientras más convocan la memoria del líder difunto, más evidencian ante sus militantes el contraste, la falsificación del original.
Mientras el socialismo del siglo XXI se hunde en medio de la inflación más alta del continente, una carestía de posguerra y una inseguridad personal digna del más lejano oeste; otros países en la región –incluyendo algunos de sus viejos socios– avanzan económica y socialmente con mayor o menor soltura. Ni el presidente Maduro ni los mandamases del partido que son sus ministros tienen la voluntad de rectificar y hacer los cambios necesarios para evitar el precipicio. Es muy probable que salten más trapos rojos al aire libre, y que el desengaño se extienda entre la base social del chavismo que alguna vez lucía tan sólida. Es una nueva oportunidad para la oposición venezolana, si logra contener la ansiedad de buscar salidas por calles ciegas. La insatisfacción es creciente con el gobierno, pero sería ingenuo pensar que el trasvase de afectos iría directo a la oposición. Los trapos rojos al aire libre solo indican las goteras que habría que recoger para ser mayoría.