Antonio Raimondi

Esta es la primera de tres cartas escritas por a su amigo don Luis Bignon, en la que relata la expedición científica que realizó a en 1859.

Estimado amigo. Cumpliendo con mi promesa de escribirle de Trujillo, tengo el placer de anunciarle que he llegado a esta ciudad sano y bueno, aunque no sin peligro, como le había prevenido a usted.

Todo fue bien hasta llegar al , que es el más caudaloso de la costa del y el que hace el mayor número de víctimas; todos los años.

Viaje científico: carta primera, por Antonio Raimondi (Ilustración: Victor Aguilar Rúa)
Viaje científico: carta primera, por Antonio Raimondi (Ilustración: Victor Aguilar Rúa)

Cuando llegué yo, el río se hallaba muy cargado e intransitable; su agua turbia y fangosa, y los caballos más altos no podían pisar, por la gran cantidad de agua, de manera que eran obligados a nadar, ejercicio al que no pueden resistir mucho por lo fuerte de la corriente.

Por la falta de puente sobre este río y las frecuentes víctimas que hace, se nombraron ocho hombres de los más prácticos del río, que llevan el título de ‘chimbadores’, y un jefe para dirigirlos llamado ‘alcalde del río’ para que ayuden a los transeúntes. Los chimbadores tienen caballos muy altos, acostumbrados a pasar el río y que nadan perfectamente; entran casi todos los días en el río para estudiar los puntos a donde se presenta menos peligro, porque este río, cuando trae mucha agua, cambia continuamente su lecho, excavando ahora acá, ahora allá, de manera que un lugar que se podía pasar con facilidad, poco después se haya transformado en un paso peligroso.

Yo llegué al pueblo de Santa el día 7 con la intención de atravesar el río el mismo día, mas habiendo hallado intransitable, me detuve en el pueblo por cinco días. El día 12, habiendo disminuido un poco el agua, y estando yo cansado de esperar, supliqué a los chimbadores que me pasaran.

El río se hallaba todavía bastante cargado, sin embargo, a pesar de que el correo que había venido casi conmigo no quiso pasar, me arriesgué, persuadido de alcanzar la otra orilla sin peligro. He aquí el modo como fui trasladado.

Antes de todo, se quitó las sillas a las bestias; después, nos desnudamos; en seguida el chimbador montó en pelo su gran caballo, yo monté al anca de su bestia y de este modo entramos en el río. Pasamos muchos brazos, sea remontando contra la corriente, sea bajando, según la fuerza de esta; llegamos así al último brazo que es el más ancho y profundo. Aquí, el caballo no pisa y tiene que nadar. La rapidez de la corriente, lo turbio y fangoso del agua, la poca costumbre de montar una bestia en pelo, todo contribuye a marcar la cabeza y hacer perder el equilibrio. El peso de dos hombres hace sí que todo el cuerpo del caballo quede sumergido en el agua, y solo sale a la superficie una pequeña parte del cuerpo de los hombres y el hocico de la bestia que va soplando sin cesar para expeler el agua que le entra por las narices.

Hallándome casi enteramente sumergido en el agua, me encontraba en la condición de un cuerpo flotante que pierde tanto de su peso cuanto el peso del agua que desaloja, cuyo fenómeno, junto al movimiento del caballo, hacía que, de vez en cuando, me hallaba como aislado del cuerpo de mi montura y bien expuesto a ser arrastrado por la corriente. A esto añádase que el río carga ramas, palos y a veces troncos enteros de árboles, los que, tropezando con el caballo, arrastran consigo bestia y jinete.

Juzgue usted del peligro que afronté, cuando sepa que el otro día se ahogó un chimbador que pasó sobre el mismo caballo en que yo había pasado en la víspera. El infeliz fue arrastrado por la impetuosidad de la corriente en un punto a donde el agua hace remolinos de los cuales es difícil escaparse.

Sea lo que fuere, al presente todo está pasado y olvidado, hallándome en Trujillo descansando la y las fiestas de , en medio de una buena sociedad, no faltando piano, canto y teatro. Esta es la suerte del viajero: ayer en el peligro y las miserias, hoy en la quietud y la opulencia.

–Glosado y editado–

Texto originalmente publicado el 3 de mayo de 1859.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Antonio Raimondi fue Investigador y naturalista