Podría decirse que la censura y la cuestión de confianza son dos caras de una misma moneda, donde la imputación de responsabilidad política a un ministro o su continuidad en el cargo dependen del sentido del voto de la mayoría de parlamentarios en el Congreso. La diferencia sustancial entre ambas radica en que mientras la censura es promovida por los congresistas, el voto de confianza se solicita por iniciativa de un ministro. La Constitución señala que si el Congreso censura o niega la confianza a dos Consejos de Ministros, el presidente de la República podrá disponer la disolución del Parlamento y la convocatoria a elecciones para que el pueblo elija uno nuevo.
En nuestra historia política, no parece casual que el pedido de confianza haya sido raramente utilizado por los ministros. Y es que al solicitarla el ministro “se la juega”, presionando al Congreso para que apruebe alguna iniciativa ministerial o su desempeño político, pero con el riesgo de tener que dejar el cargo si no la obtiene. La Constitución señala que es obligatorio el voto de confianza cuando un nuevo Consejo de Ministros concurre al Congreso, para exponer sus medidas de gobierno. También se produce cuando el presidente del consejo, en nombre de todo el Gabinete, o un ministro en particular, supeditan su permanencia en el cargo a la obtención del voto favorable de la mayoría absoluta de parlamentarios, sea respecto a una propuesta legislativa o a su gestión política.
El debate central en cuanto a la formulación de una censura o cuestión de confianza, radica en la evaluación sobre la conveniencia y oportunidad política de su utilización en una circunstancia concreta. Por ello, ante la inminente aprobación de la censura contra el ministro Saavedra, principalmente por una ostentación política de poder de la mayoría parlamentaria fujimorista, algunas voces sugirieron que el Gobierno debía responder planteando una cuestión de confianza respecto a todo el Gabinete. Con ello se pretendía hacer desistir al fujimorismo de llevar adelante la censura o hacerlo cargar con la responsabilidad de la caída del primer Gabinete; teniendo como espada de Damocles que una eventual censura o negación de confianza a un segundo Gabinete, habilitaría el camino para la disolución del Congreso.
Pero el presidente Kuczynski anunció al país que no se plantearía la cuestión de confianza, para evitar mayor polarización en las relaciones políticas entre el Ejecutivo y el Congreso. Hay quienes consideran que fue un acto de debilidad o un error político, más aun cuando el fujimorismo, finalmente, persistió en aprobar la censura contra Saavedra, no sin antes someterlo a un inexcusable maltrato, con frases ofensivas sin duda inmerecidas.
No creo que el planteamiento del presidente haya sido un error. El fujimorismo tiene los votos suficientes en el Congreso para derribar al Gabinete o al ministro que quiera, cuando lo quiera. Solicitar la cuestión de confianza para el Gabinete, a menos de cinco meses de iniciada su gestión, era responder a una provocación con otra actitud agresiva, ingresando a un escenario de confrontación política total que podía no tener camino de regreso. Por más que la censura al ministro Saavedra era injustificada, hubiera sido desproporcionado exponer, tan prematuramente, a este primer Gabinete al riesgo de su caída.
Lo que nos deja este suceso es a un presidente que actuó con ponderación democrática y al fujimorismo utilizando la fuerza de sus votos para imponer la censura, pero sin lograr convencer a la opinión pública de que tenía razón y argumentos sólidos para hacerlo. Más bien, ha evidenciado que actuó fundamentalmente guiado por la prepotencia y la sangre en el ojo por la derrota electoral aún no asimilada, lo que seguramente les pasará factura política pronto.
El inmediato ofrecimiento de mediación del cardenal Cipriani, para promover un encuentro entre PPK y Keiko Fujimori, posibilitará una reunión (hasta hoy pendiente) entre los dos principales líderes del gobierno y la oposición. Aunque queda la sensación de que es más una ayuda del “mediador” para mejorar la mellada imagen de Keiko y el fujimorismo tras la censura. Y también crea muchas dudas sobre si podrá existir realmente un diálogo, una reconciliación con promesas de conductas políticas más alturadas y tolerantes, o si, simplemente, terminará siendo una cita para la foto.
En todo caso, estimo que de repetirse una nueva e injustificada enbestida del fujimorismo contra algún ministro, el Gobierno sí tendría que plantear, por razones de sobrevivencia política, la cuestión de confianza para el Gabinete. Con el antecedente de esta censura, muy probablemente el fujimorismo sería puesto contra la pared, ante un electorado que desea estabilidad política y económica, y no sabotajes a la gobernabilidad democrática.