Cuando Joe Biden fue nominado como candidato presidencial por el Partido Demócrata la semana pasada se comprometió no solo a reconstruir los Estados Unidos, sino también a “reconstruirlo mejor”. Su campaña está vendiendo una promesa: pronto, el presidente Donald Trump se irá y EE.UU. podrá volver a la normalidad.
Para cualquiera que haya vivido el caos de los últimos cuatro años, una vuelta al status quo es tentadora. Después de todo, ¿quién no querría volver a una época en la que la política exterior no se hacía a través de tuits?
Pero debemos tener cuidado. Parece menos probable que Biden mejore la política exterior de EE.UU a que nos devuelva a un estrecho Consenso de Washington que le ha fallado a nuestro país y al mundo.
La retórica de su campaña sobre política exterior es, para ser justos, vaga. Está llena de invocaciones al liderazgo estadounidense y a los desafíos globales, y promete un conjunto extremadamente amplio de objetivos, desde promover los derechos humanos y enfrentar a autócratas y populistas hasta garantizar que el ejército de EE.UU. siga siendo el más fuerte del mundo.
Estos no son solo tópicos. Señalan un regreso a la visión posterior a la Guerra Fría de que EE.UU. puede y debe estar en todas partes y resolver todos los problemas. Es el tipo de enfoque que podría comprometer al país a más años de elevado gasto militar, a una “guerra global contra el terrorismo” aún más prolongada, a más intervenciones humanitarias que se conviertan en atolladeros y a un enfoque más conflictivo hacia China y Rusia.
Pero este enfoque “familiar” ha llevado al país una y otra vez al fracaso en los últimos años. Ya sea en Iraq, Libia, Ucrania o cualquier otro lugar, EE.UU. ha encontrado problemas que no pueden resolverse con un “enfoque más fuerte” o con más “liderazgo estadounidense”. Biden está ignorando el único aspecto positivo de la presidencia de Trump: que ha empujado a los estadounidenses a cuestionarnos si nuestro enfoque tradicional de política exterior nos hace más seguros.
Por supuesto, Biden no necesariamente reproduciría errores pasados. Hubo momentos en los que fue una voz para la moderación, como cuando argumentó contra el derrocamiento de Al Gadafi en Libia en el 2011.
Por ahora, la mejor manera de comprender dónde se encuentra Biden es mirar a las personas que lo rodean. Muchos de sus asesores de campaña parecen querer devolver a EE.UU. al consenso intervencionista anterior a Trump.
Las voces progresistas, incluidas las de la administración de Barack Obama, parecen haber quedado fuera de la campaña. Es una pena, sobre todo porque las primarias demócratas se destacaron por sus debates sobre política exterior. Los senadores Bernie Sanders y Elizabeth Warren ayudaron a impulsar importantes conversaciones sobre temas clave, como el gasto militar y el uso de la fuerza.
Al tratar de restaurar el liderazgo estadounidense, es probable que Biden pierda la oportunidad de construir una política exterior más constructiva y menos militarizada, que vea a los aliados como socios reales, que se centre en la diplomacia multilateral (en lugar de impulsar las demandas estadounidenses) y que busque reducir las tensiones con China (en lugar de intensificarlas).
Hay pocas dudas de que la política exterior de Biden será mejor que la de Trump, que ha sido una fuerza desestabilizadora en el mundo. Pero su inusual presidencia ha creado una oportunidad para los estadounidenses. Les permitió cuestionar viejas y erróneas suposiciones sobre el enfoque de nuestro país hacia el mundo. Al llevarnos de regreso al pasado de la política exterior estadounidense, Biden está haciendo lo contrario. Podría pensar que nos está devolviendo a la normalidad, pero está desperdiciando su oportunidad de reconstruir mejor la política exterior.
–Glosado y editado–
© The New York Times