"Cierto es que el ahora presidente tuvo a buena parte de la prensa en contra durante la campaña presidencial del 2021, pero esta concluyó hace más de medio año y los pecados de otros no santifican a Castillo". (Foto: archivo Presidencia)
"Cierto es que el ahora presidente tuvo a buena parte de la prensa en contra durante la campaña presidencial del 2021, pero esta concluyó hace más de medio año y los pecados de otros no santifican a Castillo". (Foto: archivo Presidencia)
Andrés Calderón

La última columna del año suelo dedicarla a una retrospección sobre el panorama para las libertades de expresión y prensa, con énfasis en un actor político relevante: Ollanta Humala, PPK, Martín Vizcarra, el ‘Kongreso’ de Keiko Fujimori. Ninguno de los anteriores, sin embargo, ha proporcionado tanto “material” como en apenas cinco meses de .

La opacidad es, probablemente, la principal característica de la administración de Pedro Castillo. El profesor cajamarquino debutaba en el puesto más alto del Estado incumpliendo las normas de transparencia al celebrar reuniones oficiales fuera de Palacio de Gobierno. La ignorancia (siendo benevolentes) se convirtió en contumacia cuando en noviembre de este año –y pese a las admoniciones de la Contraloría General de la República– se descubrió que Castillo continuaba despachando a escondidas en el ‘Palacio de Breña’. El contenido de estos cónclaves sigue siendo un misterio, pero algo de incriminatorio puede tener si consideramos la reticencia del Ejecutivo a hacer pública la lista de huéspedes, y que el propio anfitrión del pasaje Sarratea quiso sobornar a un programa periodístico para silenciar las escapadas presidenciales.

Ocultos también fueron los primeros eventos oficiales del gobierno de Perú Libre. Ni siquiera a las ceremonias de juramentación del primer Gabinete Ministerial se permitió el acceso a los medios de comunicación privados.

Aquella cerrada de puerta sería el preámbulo a una actitud reiteradamente hostil hacia las mujeres y hombres de prensa. Pero pocos imaginábamos que la ojeriza palaciega se trasladaría a violencia física. Allí se encuentran los casos de las reporteras Hellen Meniz y Tiffany Tipiani quienes fueron agredidas por el séquito del presidente Castillo.

Tratar de obtener una declaración espontánea del jefe del Estado se convirtió en un deporte de riesgo e indispensable, sobre todo porque durante todo su mandato, el presidente Castillo no ha ofrecido ni una sola conferencia de prensa. Castillo no ha entablado un solo diálogo con un entrevistador que pueda refutarle sus victimizaciones forzadas, contrastar sus expresiones equívocas, requerirle ejemplos concretos para sus divagaciones genéricas y exigirle las explicaciones que la ciudadanía demanda.

Cuentas no ha rendido el presidente de la República, pero su gobierno sí que ha regalado diatribas contra la prensa y la inteligencia de la población. Abundaron desde calificativos como “obstruccionista” e insultos en español y en quechua (del ex primer ministro Guido Bellido), hasta reclamos a favor de una prensa benevolente y “hermanada” con el Ejecutivo (de la vicepresidenta Dina Boluarte). Poco sorpresivo para una administración que solo quiere hablar con los medios “que no le hagan problemas” (como dijo Eduardo González, ministro de Energía y Minas), que protesta si el canal estatal los “golpea como si fuera un canal extraño” (como señaló Juan Silva, ministro de Transportes y Comunicaciones), y que ofensivamente fustiga que “los difamadores profesionales no tienen derecho a exigir entrevistas” (según Aníbal Torres, ministro de Justicia).

El propio mandatario ha dicho públicamente que “no soltará ni un centavo” a los medios de comunicación que le resultan incómodos, confirmando su visión mercantilista de que la publicidad estatal es un botín para los amigos.

Cierto es que el ahora presidente tuvo a buena parte de la prensa en contra durante la campaña presidencial del 2021, pero esta concluyó hace más de medio año y los pecados de otros no santifican a Castillo.

El presidente Castillo siente que no tiene que responder a la prensa, como tampoco tiene que rendir cuentas por sus visitantes escondidos en Breña. No quiere que la fiscalía lo investigue, ni que las prohibiciones de reuniones familiares navideñas apliquen a la cabeza del Ejecutivo. Castillo usa sombrero, pero siente que es una corona.