Juan Paredes Castro

A 34 años de su aparición en la política peruana, resulta increíble que no haya agotado las cartas bajo la manga reservadas para sus tiempos más adversos.

La primera carta la sacó en las polarizadas elecciones de 1990 cuando hábilmente utilizó al Partido Aprista en el gobierno y a la izquierda en el llano para destruir la propuesta liberal de Mario Vargas Llosa, mediante el fantasma del ‘shock’ económico que luego el propio Fujimori aplicaría exitosamente una vez conquistado el poder.

La segunda la desplegó dos años después, con el sorpresivo autogolpe de Estado de abril de 1992 que, más allá de servir como herramienta cívico-militar para derrotar al terrorismo, creó las condiciones autoritarias de prolongación del régimen en una perspectiva de más años de los que finalmente se frustraron con su caída en el 2000.

La tercera carta llegó al Perú en fax, desde Brunéi, con su renuncia a la presidencia y que materializó su autoexilio en Japón por varios años, hasta que salió de ahí, de donde podría no haber salido nunca, para jugar su cuarta carta buscando ingresar al Perú por Chile para terciar, en las elecciones del 2006, entre Alan García y Ollanta Humala, que para Fujimori representaba competir ventajosamente “contra el cáncer y el sida”.

Esa cuarta carta se quemó en Santiago cuando la recién electa presidenta de Chile, Michelle Bachelet, invocó su detención por la Interpol y su inmediato sometimiento al pedido de extradición del Gobierno Peruano. Tiempo después, su largo juzgamiento y polémico encarcelamiento por delitos penales, unos probados y otros no, que hasta hoy se discuten, tendrían el corolario de un indulto ratificado por el Tribunal Constitucional.

Ninguna carta fue jugada tan angustiosamente bajo la manga como esta quinta del indulto, que lo puso en libertad.

Ahora Fujimori pretende jugar su sexta y más peligrosa carta por su postulación presidencial, según él, corriendo todos los riesgos políticos, jurídicos y de salud física y mental, en medio de una feroz polarización salpicada de odios y recelos entre quienes sostienen que su indulto ha extinguido sus penas y culpas y quienes ven en sus sentencias un obstáculo insuperable al constitucional “derecho de elegir y ser elegido” que invoca su hija Keiko.

Se ha abierto pues en el país lo que será en adelante uno de los más largos e intensos debates políticos y jurídicos sobre el nuevo destino de Fujimori, hasta que el Jurado Nacional de Elecciones resuelva, en el 2025, si procede su postulación presidencial, en vista de que el proyecto de ley que debía zanjar esa disyuntiva, aunque sin nombre propio, no tuvo más cuerda que la de sus propios auspiciadores.

En el remoto supuesto de que Fujimori tuviera suerte con esta sexta carta bajo la manga, probablemente le quede una séptima y última para jugarla con miras a los electores del 2026.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.


Juan Paredes Castro es periodista y escritor