Hay tales incongruencias entre el presidente, algunos ministros y funcionarios de tercera línea que, en ciertos temas, alguien –de todos ellos– ha decidido bailar con el diablo.
El ministro de Justicia, Daniel Figallo, aclara que su despacho no trabaja en ninguna consulta a la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el amparo presentado por un grupo de periodistas y propietarios de medios de comunicación contra la asociación El Comercio-Epensa, acusándola de monopólica. Figallo dice además que el gobierno es respetuoso de la independencia de poderes y que, por lo tanto, no debe intervenir ni avocarse a causas que estén pendientes en la justicia nacional.
El director fundador del IDL, Ernesto de la Jara, puntualiza también que este organismo no tiene el menor propósito de interferir en el proceso judicial sobre una supuesta concentración de medios, y que la audiencia realizada a su pedido en la sede de la Comisión Interamericana de Derechos Humano (CIDH) fue solo un intento por debatir el tema.
Bueno, pues, conocidas estas posiciones, hay una pregunta que nadie parece querer responder: ¿a nombre de quién o de quiénes habla y actúa el señor Juan Jiménez, embajador del Perú ante la OEA, quien en declaraciones a “La República” anunció enfáticamente que estaba esperando instrucciones para solicitar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos una opinión sobre la demanda contra El Comercio y Epensa, en virtud, según él, de que se trataría de una opinión no vinculante ni influyente? ¿Del presidente Humala, del ministro Figallo, o de la canciller Eda Rivas? ¿Qué seguridad tiene Jiménez de cuán no vinculante y cuán no influyente puede resultar la opinión de la Corte sobre el juez peruano que ve el amparo contra El Comercio y Epensa? ¿No sabe Jiménez que, así como un juez puede ser muy honesto, también podría ser muy venal o muy timorato frente a las presiones políticas como las que precisamente él viene gestionando desde instancias judiciales internacionales?
No en vano el presidente del Poder Judicial, Enrique Mendoza, apenas recibida la vista de Jiménez, y al olfatear lo que este anda buscando, salió a exhortar a los jueces respecto a las presiones internas y externas que podrían darse en relación a procesos pendientes en el Perú.
Si el ministro Figallo no pone las manos al fuego, y tampoco lo hace la canciller Rivas, ¿quién está detrás del cuco de la concentración de medios?
Jiménez no va a bailar con el diablo solo sin la cuerda ni la música de nadie. ¿Quiénes se las ponen? ¿Las asesorías políticas y legales de Palacio de Gobierno? ¿O el propio presidente Humala, para quien el cuco de la concentración de medios parece ocupar buena parte de su tiempo?
En el Congreso ya sabemos que quien baila con el diablo es Manuel Dammert, obsesionado por una ley regulatoria de medios, por ahora sin la cuerda ni la música de Fredy Otárola, quien sensatamente cree que el diferendo entre “La República” y la asociación El Comercio-Epensa es un tema entre privados.