"El congresista Olaechea no se ha percatado que nuestro sistema político es un híbrido al que se le puede llamar presidencialismo parlamentarizado". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"El congresista Olaechea no se ha percatado que nuestro sistema político es un híbrido al que se le puede llamar presidencialismo parlamentarizado". (Ilustración: Víctor Aguilar)

Pedro Olaechea, presidente de la Comisión Permanente, nos trae un tema interesante para el debate sobre el sistema político. Señaló que “hay una necesidad de poder absoluto por parte del Ejecutivo. Eso es malo, a lo mejor deberíamos pensar en cambiar nuestro sistema presidencialista por uno parlamentarista. Que se elija el Parlamento y el Parlamento elige al presidente, como en España, así nos evitamos los problemas”.

Parece ser que Olaechea soltó estas frases en una presentación en el Congreso, sin pensarlo mucho, filtrándose algunas inexactitudes sobre los sistemas políticos. El presidente de la Comisión Permanente plantea pasar a un sistema parlamentario para elegir al jefe de Estado y así “evitarse problemas”, como la disolución del Congreso. Para empezar, en los regímenes parlamentarios se elige al jefe de Gobierno y no al jefe de Estado. No se trata de tratarlos como sinónimos. Tampoco es cierto que con aquellos regímenes se evitaría la disolución del Congreso. Por el contrario, es un mecanismo propio de los regímenes parlamentarios. Pero, lo más importante, un régimen de esa naturaleza requiere de partidos mínimamente organizados y soporte de un sistema partidario. No funcionaría en un caso como el nuestro, donde estas organizaciones son precarias, informales, campea el transfuguismo y los ‘outsiders’ huelen a marca peruana.

Efectivamente, en los regímenes parlamentarios, electores votan por partidos. Conformado el Parlamento, el partido que tiene mayoría absoluta o la coalición de partidos que pueden lograrla conforman gobierno, nombrando a la cabeza del Ejecutivo como jefe de Gobierno, cuyos nombres varían: primer ministro, en Inglaterra o en Italia; canciller, en Alemania; o presidente del Gobierno Español. Es generalmente una mayoría absoluta en la que se asienta el gobierno, usualmente de cuatro años, y la oposición controla y fiscaliza. Sin embargo, pese a ese escenario, existen crisis políticas que pueden llegar a que el gobierno disuelva el Parlamento, adelantando las elecciones y canalizando institucionalmente de esta manera la crisis, para que el pueblo, convertido en elector, produzca una nueva representación y así formar gobierno. Esto no es necesariamente fácil como se ve en España, cuyos ciudadanos han ido cuatro veces a las urnas en los últimos tiempos, sin llegar a conformar un gobierno estable, o el caso de Italia, que ha llegado a formar más gobiernos que sus pares en Europa. Pero cierto es que el parlamentarismo es un régimen flexible para encauzar una crisis por la vía de la disolución del Congreso.

En nuestro continente, no existe ningún régimen parlamentario. Cambiar el sistema presidencial por uno parlamentario no ha sido parte del debate público más allá del académico. Tan solo en Brasil se insinuó algo hace poco más de una década.

Sin embargo, quizá el congresista Olaechea no se ha percatado que nuestro sistema político es un híbrido al que se le puede llamar presidencialismo parlamentarizado, pues, siendo presidencialista, tiene figuras como Gabinete de Ministros, primer ministro, voto de confianza, voto de investidura, interpelación y censura de los ministros, y disolución del Congreso. El tema es que sigue siendo presidencialista y el Jefe de Gobierno es el presidente de la República y no el presidente del Consejo de Ministros. Este puede ser censurado, pero el gobierno se mantiene. Este híbrido, construido a través de varias constituciones, ha visto aparecer, por primera vez en la historia, la figura de la disolución del Congreso, mostrando claramente la incoherencia del diseño en general y evidenciando que, ante una distribución del poder con fuerzas políticas contrarias, el enfrentamiento entre los poderes es inevitable.

Quizá el llamado de Olaechea sea útil para discutir nuestro propio presidencialismo. No es posible mantenerlo tal como está. Requiere cambios significativos, que le ofrezcan a nuestro sistema político coherencia, fluidez y gobernabilidad. Para ello los políticos no deben pensar que los resultados de las elecciones pasadas se repetirán en el futuro, más en un sistema volátil como el nuestro. Reformar el presente abre las vías para una mejora del sistema político futuro.