"El camión en nuestras narices", por Salvador del Solar
"El camión en nuestras narices", por Salvador del Solar
Redacción EC

Cada vez que cruzaba la frontera, el camionero era detenido por el mismo inspector de aduanas. El hombre estaba convencido de que el conductor pasaba mercadería de contrabando y revisaba siempre su carga con obsesiva meticulosidad. Pero a pesar de sus esfuerzos nunca conseguía encontrar mercadería no declarada. Así durante años. Hasta que el día de su jubilación lo detuvo por última vez. Ya no quería hacer ninguna inspección. Pero necesitaba saber, solo por quitarse la espina, si el camionero era contrabandista o no. Le garantizó que si era el caso no lo denunciaría y le rogó que le dijera la verdad. Y entonces el camionero admitió que sí, que pasó contrabando cada vez que cruzó la frontera. “Pero si yo revisé siempre su camión y nunca encontré nada”, balbuceó el inspector. “Es que soy contrabandista de camiones”. 

Algo muy parecido nos ocurre con los medios. Mientras nuestra atención se dirige a la multitud de información que ellos transportan como carga, lo que de verdad va modificando nuestras vidas son los hábitos que adquirimos al utilizarlos de manera rutinaria. Y así como la imprenta propició comportamientos nuevos, hoy medios más recientes nos vienen transformando, de contrabando, en seres con la mirada capturada por el resplandor de nuestras pantallas. Ya lo dijo hace tiempo y tan lúcidamente Marshall Mcluhan: “El medio es el mensaje”. Y el mensaje es que somos inspectores incapaces de fijarnos en el portentoso camión que tenemos delante.

Esta semana, al leer que Francia ha decidido exigir que las cajetillas de las diferentes marcas de cigarrillos sean idénticas, no incluyan logos ni publicidad y utilicen todas la misma tipografía, recordé el cuento del camionero y el inspector, que hace años le escuché a un conferencista. Porque lo que las autoridades francesas han hecho, de alguna manera, es llamar la atención sobre el camión. 

Se diría que las tabacaleras venden cigarrillos. Y es verdad. Pero no toda la verdad. Porque, ya lo sabemos, por el mismo precio incluyen también, como cualquier industria, todo lo que una marca y una estrategia publicitaria ofrecen. Y el problema es que muchos jóvenes siguen mordiendo ese seductor anzuelo y se vuelven adictos a un consumo que genera enfermedades y muerte en enormes cantidades. Un problema de salud pública de tal magnitud en Francia, que al año equivale a “un accidente aéreo cada día con 200 pasajeros a bordo”, como señaló la ministra de salud de ese país.

La publicidad de cigarrillos ha venido restringiéndose paulatinamente hasta comenzar a llegar ahora al propio empaque del producto. Así como los espacios para fumar han venido desapareciendo, parecen ahora empezar a esfumarse las superficies donde puedan poner sus propias marcas. Me parece que ahora sí les decomisaron el camión.