José María  Arguedas

Luego de unos días me he decidido a comentar algunas expresiones de Julio Cortázar que aparecen en la entrevista que concedió a “Life” el 7 de abril. He de referirme únicamente al tema de los escritores “exilados” y al desprecio que Cortázar me dedica por la confesión que hice de mi “provincialismo” en el primer capítulo de la novela que intento escribir y que se publicó en la revista “Amaru”. En esas páginas, manifesté mi discrepancia con el señor Cortázar respecto de la excesiva rotundidad con que afirma que más profunda y sustancialmente entienden e interpretan a Latinoamérica los escritores que viven fuera, especialmente en Europa. El respeto con que lo traté se ha convertido ahora en un mutuo menosprecio entre Cortázar y el que escribe estas líneas.

Afirma Cortázar que “en los últimos años el prestigio de estos escritores –de los absurdamente denominados ‘exiliados’– ha agudizado una especie de resentimiento consciente o inconsciente de parte de los sedentarios...”; es decir, de quienes trabajamos en Latinoamérica. Por el contrario, creo que podemos asegurar que la obra de estos escritores ha despertado admiración y orgullo, salvo el caso de quienes andan siempre resentidos. ¿Cómo podría probar Cortázar que hay resentimiento y hasta agudizado contra García Márquez, Vargas Llosa y él mismo en América Latina? La única “prueba” que ofrece es no solo insensata, sino algo repudiable. Causa disgusto tener que expresarse así de un escritor tan importante.

No voy a comentar las otras expresiones de desprecio que me dedica Cortázar, porque son indocumentadas y poco importan, bastará con que conteste a una pregunta que me hace: “¿Se imagina usted que vivir en Londres o en París da las llaves de la sapiencia?”. No, señor Cortázar; no me imagino eso.

Y ahora la segunda cuestión. Me dice Cortázar: “A usted no le gusta exiliarse...” y a continuación me interroga: “¿Por qué, entonces, dudar y sospechar de los que andan por ahí, porque eso es lo que les gusta?”.

Con respecto a usted y los escritores que cita como exiliados, yo nunca he manifestado duda ni sospecha; al contrario, he sentido regocijo por haber creado obras que han conmovido e interesado casi en todo el mundo. ¿En qué se funda usted para asegurar que dudo y sospecho? ¿No será, digo yo, que a lo mejor es usted el único que duda y sospecha? Mario Vargas Llosa ha fundamentado muy claramente la razón de su preferencia, de su necesidad de vivir en Europa. Lo ha hecho con energía, aunque ha exagerado un poco –y digo esto teniendo en cuenta mi ya largo trabajo con residencia en el Perú– los terribles obstáculos que un escritor tiene que vencer en casi todos los países latinoamericanos para poder crear.

Ni Cortázar ni Vargas Llosa ni García Márquez son exiliados. No sé de dónde surgió este inexacto calificativo con el que, aparentemente, Cortázar se engolosina. Ni siquiera Vallejo fue un verdadero exiliado. A usted, don Julio, en esas fotos de “Life” se lo ve muy en su sitio, muy “macanudo”, como diría un porteño. No es exiliado quien busca y encuentra el sitio mejor para trabajar.

Empiezo a sospechar, ahora sí, que el único de alguna manera “exiliado” es usted, Cortázar, y por eso está tan engreído por la glorificación, tan folcloreador de los que trabajamos “in situ” y nos gusta llamarnos provincianos de nuestros pueblos de este mundo, donde, como usted dice, ya se inventaron y funcionan muy eficientemente los jets, maravilloso aparato al que dediqué un ‘jaylly’ quechua, un himno de más de cinco notas como felizmente las tienen nuestras quenas modernas.


–Glosado y editado–

Texto originalmente publicado el 1 de junio de 1969.




*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

José María Arguedas fue poeta y novelista

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