¿Cómo entender el voto mayoritario del Congreso? En momentos como el actual, me viene a la mente esa caricatura en la que se ve a dos personas, lampas en mano, dentro de un hoyo enorme. Una le dice a la otra, “hemos tocado fondo, ¿qué hacemos?”. Y la otra le responde: “seguir cavando”.
Parte de la madurez y de la responsabilidad política es entender los momentos históricos y las acciones que benefician a la nación en cierta coyuntura. Yo no estaba de acuerdo con muchas de las propuestas planteadas por Pedro Cateriano, pero es evidente que lo necesario es enfrentar la emergencia: salvar vidas, con renovadas estrategias sanitarias, y regresar a una “normalidad” económica dentro de protocolos que protejan a los trabajadores y consumidores.
¿Esto se logra generando una crisis ministerial? ¿Sustrayendo capacidad de acción a un Ejecutivo desbordado? De ninguna manera. Por el contrario, lo urgente e indispensable era llegar a acuerdos y mostrarles a los ciudadanos un frente común de lucha contra las calamidades que temporalmente enfrenta la patria. Sin embargo, queda la sensación de que intereses mezquinos fueron los que impulsaron esta drástica medida. Parafraseando el dicho, “a río revuelto, ganancia de lobistas”.
Voy a darles el beneficio de la duda solo a algunos congresistas que consideraron que lo propuesto por Cateriano era muy poco para hacerle frente a los principales problemas que enfrentamos como peruanos. Sin duda lo era. Mas, ¿era el momento? ¿Acaso no estamos ad portas de elecciones generales? Pues sí, y esta era la ocasión propicia para plantear en programas los grandes cambios que deben ocurrir pospandemia. Lo inteligente en esta oportunidad no era patear el tablero. Están muriendo compatriotas.
Si los parlamentarios realmente quieren servir al país deben pensar bajo qué condiciones es que se realizarán las próximas elecciones generales. Necesitamos organizaciones y liderazgos sólidos que puedan construir planes y programas consensuados. ¿Serán capaces? No lo sé, pero estamos en momentos críticos en los que la ciudadanía debe manifestarse y presionar a nuestros congresistas para que impulsen una verdadera reforma política.
Vivimos en medio de una de las crisis más profundas de la historia nacional. Y no es necesariamente por la pandemia que –en todo caso– ha servido para poner de manifiesto estructuras sociales, políticas y económicas endebles que reproducen injusticias día a día. El COVID-19 ha evidenciado como ningún otro fenómeno que vivimos en un pequeño país formal –corroído por la trampa y por la corrupción– rodeado de múltiples esfuerzos de supervivencia (algunos exitosos, otros no), pero en el que todos actuamos en una realidad en la que el marco jurídico-normativo es casi una ficción.
La pandemia ha desnudado la fantasía de que casi éramos del primer mundo gracias al impulso modernizador del libre mercado; una prédica que ocultaba el hecho de que vivíamos en una realidad en la que convivían el ‘mall’ ubicado a pocas cuadras del hospital sin personal, equipos o medicamentos. Donde habían supermercados con personal con estudios universitarios, pero con serios problemas de comprensión de textos básicos. Este triunfalismo era cuestionado por buena parte de los académicos y analistas más serios del país que, desde diversas posiciones del espectro político, señalaban la imperiosa necesidad de fortalecer el Estado para que cumpliera plena y eficientemente su papel redistributivo.
Aprovechemos que la pandemia ha mostrado a todos las enormes grietas de un modelo que destruyó el necesario equilibrio entre crecimiento y desarrollo, mercado y Estado, provecho individual y bien común, riqueza personal y bienestar social.
Y como nadie es profeta en su tierra, escuchemos a Francis Fukuyama, un pensador más que hace hincapié en que uno de los problemas centrales del país es la desigualdad. En la entrevista ofrecida a este Diario, opinó que era necesario reconocer “que hay mucha gente marginalizada, que ha sido dejada de lado de la historia del crecimiento del Perú”. Y añadió que la manera de incluirlos no pasa solo por el mercado –que, en todo caso, ha fallado en esta tarea–, sino también fortaleciendo la institucionalidad estatal y creando oportunidades para todos.