Maite  Vizcarra

y su digitalización son, a la vez, una fuente inagotable de información y una herramienta poderosísima para componer rápidamente documentos electrónicos de todo tipo vía el popular método de copiar y pegar (en la jerga, ‘copypastear’) retazos que luego se editan y distribuyen en el ámbito ‘online’ y ‘offline’.

Pero nada es perfecto y la digitalización, pese a sus muchos beneficios, también trae consigo sus vicios. Siempre he creído que una virtud y un vicio son caras de una misma moneda, o las terminales de dos extremos. Por ejemplo, a la virtud de la constancia se le opone su vicio, la tozudez. Podríamos decir que los vicios y las virtudes son una cuestión de gradación.

Así las cosas, a la virtud de auto-aprender, tan propia de los cibernautas, se le opone el vicio de auto-minarse u holgazanear. Esto, si entendemos al aprendizaje como un proceso activo de adquisición de conocimientos. Lo opuesto a aprender sería, entonces, tabula rasa.

‘Copypastear’ es todo lo opuesto a aprender. Y también es un rasgo propio de los tiempos que vivimos. Se copian y falsifican la tecnología, la moda, los libros, las tesis, las páginas web; es, en efecto, una constante de nuestro tiempo.

Ahora bien, quizá también hay que distinguir entre la copia total y la copia parcial para identificar las afrentas. La primera, si es masiva, constituye piratería y busca un beneficio económico en el mercado negro, pero en ningún caso se apropia de la autoría de la obra. Lo contrario a esto último es lo que generalmente persigue la copia parcial: quien copia algo, aunque sea un fragmento, para hacerlo pasar como propio ante los demás está mintiendo.

Pese a todo esto, asociados al mundo de Internet también están algunas prácticas que terminan por soslayar el origen de las creaciones en nombre de la co-creación. Este es el caso de una actividad muy extendida en el mundo de las creaciones denominada ‘mash-up’. Una palabra inglesa que proviene del mundo de la música y que implica la creación de una nueva pieza musical a partir de mezclar pedazos de otras canciones. Para simplificar, un ‘remix’.

¿Puede uno hacer un ‘remix’ de textos y pensar que el nuevo texto es una obra original? Sí, siempre y cuando, de alguna forma, esté implícito el reconocimiento de la paternidad de quien engendró la idea primigenia. Por lo tanto, no podría existir un ‘remix’ de textos sin citar a los referentes.

La discusión tan entretenida que se ha dado últimamente en el Perú en torno de la fruición del en la educación nacional –sea esta la superior o la básica– solo nos confronta con un hecho concreto: que en el país ser original tiene en su contra la espada de Damocles de la digitalización. Cualquiera te puede plagiar.

Es decir, si alguien publica algo en Internet –sea un texto, una foto o un video– es probable que termine siendo copiado y, en el peor de los casos, usurpado.

Esta situación tiene un impacto directo, además, en la producción académica de la región. De acuerdo con informes del popular software Turnitin, se estima que en Latinoamérica los docentes pueden recibir más de 100 millones de trabajos no originales al año, manejando un 20% en general de plagio.

Y aunque algunos creen que la copia es la forma más sincera de adulación –Oscar Wilde dixit– lo cierto es que en el ámbito académico es fundamental buscar nuevas maneras de validar el aprendizaje que vayan más allá de la escritura de farragosos escritos, al mejor estilo medioeval. Dentro de tantas reformas que se tienen que hacer en torno a la educación, habría que empezar a buscar maneras de validar el conocimiento de manera más práctica, como la evaluación entre pares, la formación dual –impartición de clases teóricas más la propia práctica laboral– y, por qué no, el mismísimo ejercicio docente.

Maite Vizcarra es tecnóloga, @Techtulia

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