Para los taxistas con los que converso, Castañeda no es su candidato. Les genera rechazo. No creen en él ni en sus promesas de transparencia. Se inclinan por Heresi o Cornejo. Villarán no cala todavía.
A poco más de dos semanas de elegir un nuevo gobierno para Lima, la locomotora del desarrollo nacional, los electores no somos conscientes de lo que está en juego. El candidato ungido favorito solo puede exhibir en dos gestiones de gobierno, escaleras en los cerros, hospitales en la periferia, algunos intercambios, y el Lima Bus del alcalde
Andrade, rebautizado como el Metropolitano. Magro resultado. El descrédito de la mayoría de partidos, y la ausencia de cuadros técnicos pensando seriamente las ciudades, conducen a que cada candidato prácticamente se represente solo a sí mismo, mientras el candidato favorito se limita a descansar en la nostalgia de su paso por la alcaldía e impunemente, negarse a un compromiso con el futuro de la capital.
No tenemos la menor idea de qué hará si sale elegido alcalde. Extraña manera de reclamar el voto ciudadano, con una falta de respeto que quizá le sirva de coartada si sale elegido: “Yo no ofrecí nada”. Cuando Lima es un manjar para formular propuestas. Casi todo está por rehacer y reinventar.
Coyuntura electoral además consagrada por el “roba pero hace obra”. Según una encuesta de El Comercio Ipsos solo al 22% de electores le preocupa el tema de corrupción.
Y en distritos la cosa no pinta mejor. Los 400 candidatos repiten mecánicamente: más cámaras de vigilancia, más serenos, drones, intercambios viales, semaforización. Ninguno, con alguna excepción, habla de un plan urbano de su distrito, que le dé orientación y sentido a su gobierno.
Parece que se vienen 4 años de gestión perdida en Lima, paradójicamente con crecimiento económico y grandes posibilidades de inversión privada y pública; que requiere necesariamente una clara hoja de ruta del gobierno municipal.
De lo contrario, obras como las que anuncia el presidente Humala, que ya encargó la línea 2 del metro, así como el gran centro de convenciones en San Borja, un sorprendente acuario en Magdalena del Mar con el Ministerio de Vivienda (cuando ni siquiera hay plan maestro de la Costa Verde) y el megaproyecto del museo nacional de arqueología en Pachacámac; posiblemente colisionen con el desarrollo urbano de la ciudad.
Por ejemplo, la propuesta del museo es una obra faraónica de S/.300 millones, en un lugar donde no llega ningún sistema de transporte masivo. Tendría mucho más rédito para el rescate del patrimonio dedicarle S/.100 millones a potenciar museos que languidecen, S/.100 millones a convertir el centro histórico en una gran oferta museística de colecciones privadas y religiosas y otros S/.100 millones a recuperar los circuitos precolombinos. Lima posicionaría su memoria.
En fin, estamos a las puertas de un salto al vacío en esta metrópoli que lo único que necesita es una buena carta de navegación debidamente concertada, con liderazgo y transparencia para hacerla realidad.