Más allá del hecho (cierto) de que el futuro de Dina Boluarte depende de la mayoría que, de momento, la sigue sosteniendo en el Congreso y de la contingencia que ello supone (pues tal circunstancia puede variar súbitamente), no es menos claro que un adelanto electoral sin liderazgos reales y alternativos para revertir la anomia institucional y el empobrecimiento que agobian al país es un riesgo tan alto como mantener el statu quo.
Si esta degradación variará a partir del 2026 depende de muchos factores que, a decir verdad, el sistema político no controla o, mejor dicho, dejó de controlar hace buen tiempo, en la medida en que no hay manera de asegurar algo de previsibilidad respecto de las pulsiones electorales que guiarán a la mayoría de peruanos en las urnas en menos de dos años.
Acaso el menos malo de los caminos que hoy tenemos a mano sea solo hacer control de daños. Con Dina incluida, mientras su situación legal y judicial, y por ende política, así lo permitan.
¿Qué tenemos en este momento? Un Gabinete que debería estar abocado al 100% a múltiples tareas impostergables y urgentes, como la lucha contra la criminalidad organizada y la inseguridad; la promoción agresiva de la inversión privada para revertir el bajo nivel de crecimiento (que agrava este terrible incremento de la pobreza monetaria); la reforma de procesos para asegurar estabilidad jurídica (o sea, generar confianza); implementar cambios radicales en salud, educación e infraestructura; y un largo etcétera.
Por ejemplo, solo concretar una gestión privada en Petro-Perú, iniciativa que de lograrse sería un avance clave, supone una presidenta y un Gabinete alineados y fortalecidos en torno de prioridades. No es el caso.
Lo que vemos es a media docena de ministros dilapidando el mínimo capital político que les resta en defender lo indefendible respecto de su jefa, por el enorme pasivo en el que la señora se ha convertido.
La alternativa, lo he escrito antes acá, es que la señora mantenga su cargo, convoque a un presidente del Consejo de Ministros con peso propio y autonomía suficiente de gestión, que consensúe con la mayoría congresal de centroderecha una agenda de defensa y reformas institucionales mínimas, y pueda convocar al menos a un equipo básico de ministros que lo acompañen en la tarea de intentar llegar lo menos dañados posible al 2026.
Una transición dentro de otra. Lo perfecto es enemigo de lo bueno.