Hace poco, perdimos a dos figuras esenciales de nuestra sociedad que personificaron a lo largo de sus vidas un compromiso con la amplitud y la diversidad de las que estamos hechos.
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Hace poco, perdimos a dos figuras esenciales de nuestra sociedad que personificaron a lo largo de sus vidas un compromiso con la amplitud y la diversidad de las que estamos hechos.
Alicia Maguiña nos dejó, tras una vida que asumió la experiencia peruana a través de la música. Autora de numerosas composiciones, entre ellas la emblemática “Indio”, promovió también la cultura popular en todas sus manifestaciones. Maguiña participó en programas de radio, protegió la memoria de José María Arguedas, fue maestra de bailes peruanos y se convirtió en un emblema social. De todas sus obras, tal vez mi preferida es “Soledad sola”, un ejemplo de fluidez y armonía íntima, como pocas canciones.
Al igual que Alicia Maguiña, Ricardo Blume contribuyó como pocos al desarrollo de ese gran centro de lo amplio y lo diverso: el teatro peruano. Después de seguir estudios en Madrid, regresó al Perú, fundó el teatro de la Universidad Católica y participó en montajes memorables en los años 60. Varias generaciones de discípulos prolongan su legado. Blume trabajó en el Perú durante temporadas, interrumpidas por períodos de desastre, como el de la dictadura velasquista y los horrores de los años 80. En el 2013, Jorge Chiarella y Celeste Viale fundaron un teatro con su nombre. Blume había concebido su vida como un compromiso con la variedad y la grandeza que el teatro y la cultura pueden ofrecer a una sociedad como la nuestra.
Es tentador pensar que el Perú ha producido grandes artistas individuales y, en cambio, pocas instituciones sólidas. Es como si pudiésemos crear grandes talentos, pero no muchos espacios en los que estos puedan realizar sus obras. Una de las razones radica en que nuestra vida social está llena de conflictos gratuitos: mentes con una visión limitada, que no tienen en cuenta el bien común, sino las apetencias del momento.
La vida política es un ejemplo de todo eso: divisiones, prejuicios, caudillos, concepciones de los partidos como trincheras. Esto es lo que uno piensa a propósito de la absurda moción de vacancia que admitió el Congreso a inicios de semana. El presidente Vizcarra tendrá que responder en pocos meses por las acusaciones en su contra, como él mismo ha aceptado. Sin embargo, no se entiende el sentido de una medida que solo crea una crisis política y un estado de incertidumbre general. Las motivaciones de los que votaron a su favor solo pueden entenderse desde una visión estrecha y parcializada de la realidad. Un horizonte amplio en aras del beneficio de todos es esencial para cualquier autoridad que decida asuntos de gobierno.
Otra noticia reciente viene a colación. Cuatro miembros del Tribunal Constitucional (TC) acaban de rechazar el pedido de Óscar Ugarteche para inscribir su matrimonio igualitario con Fidel Aroche en el Reniec. El voto de estos magistrados es incomprensible desde cualquier punto de vista. El rechazo es un claro atropello a los derechos de cualquier ciudadano, sin distinción (¿no es insólito que tengamos que recordarlo?). Nadie debería ser discriminado por su opción sexual. Ahora Ugarteche tendrá que enfrentar un proceso largo ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos que probablemente, con mejor criterio, le dé la razón.
El Perú sigue siendo un país diverso que invita a la tolerancia y a la integración. Sin embargo, la rigidez y la intolerancia han sido hitos de nuestra historia. Apenas se abren caminos por un lado, se construyen barreras por el otro. Recordaremos a Ricardo Blume y a Alicia Maguiña por una vida de apertura y de compromiso, en beneficio de todos. Sus voces siguen con nosotros. Siempre tendremos palabras de afecto y gratitud para peruanos como ellos. No sé cómo recordaremos a los otros.
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