Ian Vásquez

No sabemos el día en que nació, pero fue bautizado alrededor de estas fechas hace 300 años. Desde entonces, las ideas de quien es considerado el padre de la moderna cambiaron el mundo y siguen siendo tan vigentes como nunca.

Siendo la figura central de la iluminación escocesa, Smith es más conocido por “La riqueza de las naciones”, la obra en que reta al sistema económico que predominaba en el mundo. Él se oponía a los privilegios impuestos por la ley, que incluían el proteccionismo comercial, y calificaba de “absurdo” al mercantilismo –doctrina que sustentaba que, para acumular riqueza, los países deben exportar más de lo que importan–.

Siendo un gran observador de la realidad, Smith explicó que “lo que es prudencia en la conducta de cualquier familia privada, apenas puede ser locura en la de un gran reino”. Si otra familia (o nación) puede producir un bien más barato de lo que le cuesta a uno mismo producirlo, mejor comprar lo menos costoso. Smith aseveraba que en Escocia se podría producir buen vino, pero calculó que su costo sería 30 veces aquel de los buenos vinos que se podrían importar de otros países.

Para Smith, no solo es fallido el proteccionismo, sino cualquier intento por parte de las autoridades de dirigir la economía. El verdadero origen de la riqueza se explica por un concepto contraintuitivo basado en otra observación de Smith: la búsqueda del interés propio en el , y no la mera benevolencia o un plan impuesto por los gobernantes, termina produciendo prosperidad y bienestar nacional.

Pero Smith, profesor de filosofía moral, entendió que las personas son complejas y no solo materialistas. “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de los otros y que hacen que la felicidad de estos les resulte necesaria, aunque no derive de ella más que el placer de contemplarla”. Así escribió en su primer libro, “La teoría de los sentimientos morales”. Según él, la empatía surge del interactuar en la sociedad, lo que también hace que las personas quieran ser amadas y quieran merecerlo. La experiencia, no el razonamiento intelectual, da origen a los sentimientos morales y a actitudes como la benevolencia.

¿Cómo reconciliar el interés propio con la simpatía hacia los demás? Para Smith, no hay contradicción. En el mercado libre, solo se puede actuar teniendo en cuenta los intereses de los demás, ya que los intercambios son voluntarios. Como nos dice Smith en sus “Lecciones de jurisprudencia”, tal intercambio se basa en “la inclinación natural que todos tenemos a persuadir. El ofrecimiento de un chelín, que a nosotros nos parece tener un significado tan llano y simple, es en realidad ofrecer un argumento para persuadir”.

Donde hay justicia, pilar que según Smith es esencial para hacer funcionar la sociedad, hasta los intercambios impersonales de un mercado cada vez más extenso se caracterizan por la colaboración y un trato respetuoso al otro. Estos alientan también la benevolencia. De acuerdo al profesor Smith, hasta un mendigo que recibe caridad monetaria depende en última instancia del mercado.

En sus escritos, Smith se preocupaba por la dicha de los pobres, que en ese entonces conformaban casi toda la población escocesa y del mundo. Se oponía a los imperios, a la esclavitud y al maltrato de los indígenas en ultramar. Desde su muerte, en la medida en que el mundo se ha liberalizado, se ha desplomado la pobreza mundial, se disparó la riqueza, cayeron los imperios, se eliminó la esclavitud y se han extendido los derechos humanos a una creciente porción de la población global.

¡Viva el progreso moral y material! ¡Viva Adam Smith!



*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.



Ian Vásquez Instituto Cato