Jorge Camacho Bueno

No cabe duda de que estamos ante un cambio de época en lo que a didáctica se refiere. La aparición de la (IA) en las universitarias el año pasado ha generado una serie de preguntas e inquietudes acerca del rol del maestro y de los modos en que enseñamos y aprendemos.

Todo profesor necesita tener evidencia de cuánto de lo que ha enseñado ha sido asimilado por sus alumnos. Para ello, solían pedir redacciones sobre libros que los alumnos debían leer o ensayos sobre temas de actualidad. Ahora, la IA puede realizar estas tareas en cuestión de minutos.

Ante esta situación, aparecen dos posturas: oponerse rotundamente a la IA y prohibir su uso, o usarla en las edades, cursos y momentos oportunos y convenientes para los alumnos. Aquí es donde adquiere mayor importancia el rol del docente. La es tanto ciencia como arte, por lo que es necesario ejercer la virtud de la prudencia al decidir cuándo y por qué usamos una herramienta. Las preocupaciones actuales con respecto a los ‘chatbots’ GPT son similares a las que surgieron cuando aparecieron las calculadoras: con el paso del tiempo, los educadores y los colegios determinaron desde qué edades y para qué actividades o tareas las pueden usar los alumnos.

Inicialmente, la solo estaba al alcance del profesor. Surgieron las transparencias, los proyectores y las pizarras inteligentes. El maestro ya no se limitaba a dictar y escribir en la pizarra, sino que podía mostrar a sus alumnos las ideas principales, gráficos y videos. Con la creciente accesibilidad de las fotocopias, el profesor podía entregar las transparencias y anotaciones, ahorrándoles a los alumnos el trabajo de escribir los dictados o copiar de la pizarra. Esto llevó a plantearse si el dejar de anotar en clase iba a incidir negativamente en el aprendizaje.

No debemos olvidar que “tomar notas” de lo más resaltante de una clase requiere atención y una intensa actividad intelectual, y es esta la que se debe promover en el aula. Por otro lado, el aspecto material de dónde apunta un alumno las ideas principales de una clase o una conferencia ha ido cambiando en el tiempo en la medida en que las herramientas han sido más asequibles a los alumnos. Si el aprendizaje fuese solamente resultado del movimiento de la mano al escribir, bastaría con hacer unos movimientos mientras el profesor explica una clase.

La tecnología en manos de los alumnos lleva inmediatamente a replantear el modo de dictar clases. No perdamos de vista que la tecnología en el aula puede ser una herramienta que potencie el aprendizaje de los alumnos o el distractor más caro que hay, que cual chupón electrónico mantiene a los alumnos callados y tranquilos.

Las escuelas que han logrado incorporar la tecnología de manera exitosa en sus aulas utilizan dispositivos controlados por el centro educativo y los profesores, como tabletas en lugar de teléfonos móviles. Esto permite el acceso, de modo exclusivo, a los recursos necesarios para cada clase. Uno de los factores que afecta el aprendizaje en un aula con tecnología es la falta de control de los dispositivos que usan en clase, porque es casi imposible que un alumno con su celular en la mano prefiera atender al profesor en vez de revisar sus redes sociales, contestar mensajes, leer correos, chatear con sus amigos o ver algún capítulo de su serie favorita.

Frente a la noticia que informaba sobre la decisión de Suecia de abandonar la tecnología en las aulas y regresar a los libros de papel debido a los pobres resultados en comprensión lectora, es fundamental comprender que ni el simple uso de pantallas en el aula puede explicar por sí solo la disminución en los resultados, ni el libro físico por sí mismo será la solución milagrosa para mejorar la comprensión lectora. En realidad, el elemento clave para la calidad de cualquier sistema educativo radica en el profesor y su enfoque didáctico.


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