De haber sido consultado en la encuesta del IEP sobre la actuación del presidente frente al coronavirus, habría pertenecido al 42% que la calificaba de buena. A la vez, con el transcurso de las semanas, me cuesta cada vez más ser optimista con respecto a que las medidas adoptadas logren minimizar el efecto de la pandemia en nuestro país.
En el diseño general de la respuesta el Gobierno ha hecho lo que tenía que hacer (quizá, mejor decir, lo que podía hacer); a saber, actuar rápido, tomar medidas drásticas de confinamiento y tratar de ganar tiempo con la infraestructura de salud. En el ámbito económico, definir un paquete de ayuda para personas y empresas que, en relación con nuestro PBI, estaría entre los más importantes del mundo.
Creo, sin embargo, que el peso de la realidad, de lo que somos como país y como Estado, empieza a mostrarnos los límites del esfuerzo por preservar la vida de muchos en estos tiempos.
¿Con qué parámetros medimos nuestros resultados? Creo que el más lógico es ver cómo nos está yendo comparativamente con los demás países de América Latina.
No podemos comparar por tasa de contagios, porque unos han testeado más que otros. Más certero es comparar el número de muertos reportados por millón de habitantes. Después de todo, que sean los menos posibles es el objetivo final de esta lucha.
Sabemos que hay un subregistro importante. El “Financial Times” lo estima en hasta 60% para Europa. En Ecuador ahora se reportan diariamente los confirmados (1.063), pero también los probables, que añaden 1.605 (cifras del viernes) y dan cuenta de un subregistro de 150%. Acá, si son correctos los estimados de IDL Reporteros, en Lima el Ministerio de Salud solo estaría registrando un tercio de los muertos por el virus.
Pero aun limitándonos a la información oficial de casos comprobados, estamos mal en la comparación con nuestros pares. El Perú es el tercer país de toda América Latina con más fallecidos: 34 por cada millón de personas para el viernes. Solo nos superan Ecuador con 60 y Panamá con 44. Incluso Brasil, con 30, está por debajo nuestro. El resto de nuestros vecinos con mucho menos: México (15), Chile (13), Colombia (6), Bolivia (6) y Argentina (5).
Afortunadamente –y ojalá sea por haber actuado a tiempo y no por estar en una etapa menos avanzada del proceso–, estamos todos lejos del horror que viven en Europa. Bélgica, epicentro político del continente, 670 por millón y Estados Unidos (200) ya raspa los 70.000 muertos (https://www.worldometers.info/coronavirus/).
¿Por qué estamos tan mal en el ránking en América Latina, donde el virus llegó más o menos al mismo tiempo?
Parece ser que acá el apego a las recomendaciones de la ciencia, el actuar rápido y el gran esfuerzo de tantos chocaron con un enorme muro construido de debilidad institucional, pobreza e informalidad; que, amalgamados, hicieron que cientos de miles, quizás millones, se expusieran al virus en mercados y colas en bancos. A ello se añaden ahora los masivos y precarios retornos de miles a la tierra en que nacieron.
Se suman los errores del Gobierno. Nadie está libre de cometerlos en una situación tan difícil y nueva, pero han puesto lo suyo.
La más importante, la ausencia de un plan temprano y “potente” para los mercados. O sea, lo opuesto a lo que ya ocurrió en el mercado de Caquetá, donde, en palabras del presidente en el día 46 de la emergencia nacional, el contagio viene como yapa de lo que compras.
Otra importante: la demora en darse cuenta de la magnitud y consecuencias de la crisis de liderazgo y corrupción en Interior. Cuidado, lo mismo parece ocurrir ahora en Justicia, que no ha logrado nada importante para apoyar al INPE en la lucha contra el virus, y son las cárceles el escenario más propicio para su propagación masiva.
Se erró al confiar en que los alcaldes serían un vehículo eficiente para distribuir ayuda a las poblaciones más vulnerables; previsiblemente, en muchos casos, fueron ineficaces y corruptos.
Estamos ahora en un momento muy complicado y que requiere firmeza, serenidad y capacidad de escucha de quienes nos gobiernan. Se hace ya imposible y contraproducente una cuarta ampliación de la cuarentena. Sacar la economía del coma inducido es casi literalmente de vida o muerte. Pero lo haremos sin la certeza de que el virus no lo aproveche de manera fatal.
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