"Esconderse en el centro de la nada o darles a todos un poquito de razón, sin arriesgar demasiado, no parece a estas alturas una estrategia brillante de campaña". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Esconderse en el centro de la nada o darles a todos un poquito de razón, sin arriesgar demasiado, no parece a estas alturas una estrategia brillante de campaña". (Ilustración: Giovanni Tazza)

Las encuestas empiezan a moverse un poco. Eso sí, básicamente dentro del decil que va del rubro otros al 10% y muchas de las diferencias se mueven en el margen de error. Hay también algunos esfuerzos de los para poner ideas sobre la mesa y diferenciarse.

No lo logran, es verdad, en relación al COVID-19, el tema que más nos angustia a todos. Los postulantes repiten con aire doctoral obviedades como “hay que fortalecer la red primaria de prevención, detección y atención”, por mencionar alguno que por obvio se hace redundante; o caen en la grosera demagogia de proclamar que si ganan conseguirán y aplicarán las vacunas suficientes en un dos por tres. “No sé cómo lo voy a hacer, pero lo voy a hacer”, ha dicho alguno.

Donde sí hay un posicionamiento polarizado es entre quienes defienden banderas económicas estatistas y controlistas y, del otro, los pro mercado e inversión privada. En el primer caso, este está representado por Yonhy Lescano (en alza), Verónika Mendoza (estancada), Pedro Castillo (existiendo) y Marco Arana (inexistiendo). En el segundo, por López Aliaga (en alza), Keiko Fujimori (estancada), De Soto (sobreviviendo) y Acuña (exiliado en el mundo meme).

Hay otros asuntos en los que los aspirantes buscan diferenciarse y no encuentran con quien. Así, Keiko y Urresti disputan ser la mano dura en las calles, como si fuese la solución unívoca y fácil al delito y a los conflictos violentos. Nadie se atreve (“no es popular”) explicar que con más balazos no vas a cambiar esos problemas, sino que ello requiere estrategias a diferentes niveles y perseverancia en el tiempo; así como instituciones modernizadas y no corroídas por la .

Otra discusión abandonada es el de la corrupción en la política. Inexplicable, si sabemos que a lo largo de estos años viene siendo el tema que más preocupa a los peruanos. Comprensible omisión, sin embargo, habiendo tantos rabos de paja en campaña. Solo algunos pocos de los contendores podrían ser creíbles en ese campo, pero no se oye padre.

El otro gran ámbito de debate y posicionamiento es el de los valores. Estos son importantes para la decisión del voto de una parte de los electores, si no véase como avanza en las encuestas el ultra conservador Rafael López Aliaga y como el Frepap repetirá el Congreso.

Hay un electorado a conquistar entre quienes piensan que los mandatos de su religión deben ser la ley de la tierra. Para los que marchan denunciando la “ideología de género”, convocados por el movimiento Con mis hijos no te metas. O para los que ven en la homosexualidad una enfermedad a curar o, dada su inmensa bondad, compadecer. O los que piensan que el maltrato a las mujeres, el acoso sexual e incluso las violaciones, son muchas veces culpa de ellas mismas.

Ese conservadurismo está presente en Lescano, Urresti, Acuña, Fujimori y De Soto. Y es el eje de campaña en López Aliaga, un personaje que puede llegar a ser tan hiriente en sus expresiones, que le exige a Ana Estrada, que aspira a morir con dignidad, no meter al Estado en el tema: “te subes a un edificio y te tiras; pone su tina, se corta las venas, pone una buena música, pone agua caliente y ya está muerta”.

¿Hay quienes pueden contraponer una visión diferente en todos estos temas?

Sin duda Verónika Mendoza dice tenerla, pero en su caso viene envuelta en un paquete ideológico tan arcaico en casi todos lo demás, que ahuyenta al sector (nada desdeñable) que no quiere extremismos de un lado u otro y que quiere un país más moderno y libre en múltiples sentidos.

Quién podría representar en estas a los que repudian a un Congreso tan demagógico y populista, como tolerante con los corruptos a su interior. A los que marchan con “Ni una menos”, expresando su indignación con el maltrato y el rol medieval que algunos le asignan a la mujer. A los que consideran que las diferencias en la sexualidad de las personas, con sus múltiples expresiones y matices, constituyen una diferencia a respetar.

¿Quién, respetando las creencias religiosas, puede explicar con convicción y claridad que ellas no definen las políticas públicas en un Estado laico? ¿Quién sintoniza con las preocupaciones por el cambio climático y la viabilidad de nuestro planeta en el mediano plazo?

Defender una visión liberal y humanista de la vida no asegura ganar la presidencia, pero quizás sí disputarla en la segunda vuelta con alguna chance. La primera vuelta es para conseguir una masa crítica de votantes que coincidan con una visión. Ya en la segunda se vota contra el mal menor; y eso ya depende de la consistencia de cada uno.

Esconderse en el centro de la nada o darles a todos un poquito de razón, sin arriesgar demasiado, no parece a estas alturas una estrategia brillante de campaña.