Epidemia de ceguera, por Alfredo Bullard
Epidemia de ceguera, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

De pronto en una ciudad sin nombre se desata una extraña enfermedad. Una ceguera contagiosa comienza a atacar a la población. Las personas van perdiendo la vista y se origina el pánico. Las víctimas son aisladas y colocadas en cuarentena en un intento de frenar la expansión de la infección.

Ello ocurre en “Ensayo sobre la ceguera”, la novela del premio Nobel de Literatura José Saramago. El libro grafica metafóricamente los más profundos miedos y los extremos a los que puede llegar la degradación humana. La ceguera física es superada por una consecuencia aun más dramática. La incapacidad física de ver no es nada comparada con la incapacidad moral de ver. En palabras del propio Saramago: “Creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven.”

¿Qué virus desata la epidemia de ceguera? La ciencia aún no lo ha descubierto. Lo que se sabe es que es terriblemente contagiosa en ciertas categorías de personas que tendrían bajas las defensas contra este tipo de infecciones. Parecería además que la velocidad de contagio se acelera para estas personas en ciertas circunstancias de intenso estrés.

Esas categorías de individuos frágiles al contagio de la ceguera son conocidos como ‘políticos’. Y cuando el político se convierte en candidato, la vulnerabilidad al contagio se incrementa. En el estrés de la competencia electoral, los estragos de la enfermedad llegan a extremos inimaginables.

Observe a cualquier candidato. ¿Se da cuenta de que no ve? Pierde la capacidad de ver la realidad. De percibir sus debilidades. De reconocer las virtudes de sus contrincantes. Sueltan promesas con incapacidad total de apreciar sus consecuencias. No pueden ver el pasado, no pueden ver el futuro, y el presente se vuelve invisible.

Llama la atención cómo estas personas, a veces inteligentes y preparadas (en la mayoría no tanto), se sumergen en la profundidad de una ceguera ignorante. Sus mensajes se vuelven oscuros y ambiguos. La hipocresía (la incapacidad de ver quién es uno en realidad para verse como alguien distinto) se vuelve el síntoma más común.

Los enemigos políticos dejan de verse como tales y se vuelven aliados. Y los viejos aliados se vuelven enemigos. Nadie puede explicar por qué ese cambio.

Las víctimas de esta ceguera no pueden ver lo que su partido hizo cuando fue gobierno o cuando fue oposición. Triste ceguera aquella en la que no puedes siquiera ver tu imagen reflejada en el espejo.

Ejemplos de ceguera sobran. Las encuestas los colocan en el rubro “otros”. O, con algo más de suerte, te anclan alrededor del 5%. El candidato está ciego para ver lo que pasa y repite la frase: “La verdadera encuesta es el 10 de abril”. Los seguidores fanáticos y activistas se ciegan al ver a su candidato. No ven la corrupción, el robo o la arbitrariedad en su pasado. Olvidan los desastres económicos causados por sus líderes o por líderes a los que sus líderes admiran, dando incluso loas a despropósitos como la reforma agraria que destruyó un país entero. Y lo más triste. Dejan de ver sus principios y valores. Repito. La ceguera moral es peor que la física. 

Una hipótesis es que el virus que genera la ceguera infecciosa se llama poder. Es un virus traicionero y devastador. Hace invisible lo evidente. La ceguera es causada entonces por una inevitable propensión a solo mirar el poder como objetivo y convertirse en alguien que en nombre del bien común está dispuesto a destruirlo.
La ceguera es, entonces, como la fiebre, un simple síntoma. Para perder escrúpulos es necesario no ver lo importante. La responsabilidad es un obstáculo, así que es mejor cegarse ante todo lo que nos la recuerde.

Por eso no creo ni en la política ni en los políticos. Reflejan la peor de las cegueras: la selectiva que te hace mirar solo lo que te conviene. Y por eso las elecciones y sus campañas se me hacen tan tediosas, insípidas y desilusionantes como los partidos de la selección de fútbol.

Como dice el propio Saramago: “Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”. Los políticos no tienen memoria y son incapaces de ver su propia responsabilidad.