¿Y ese Lamborghini sin placa?, por Raúl Castro
¿Y ese Lamborghini sin placa?, por Raúl Castro
Redacción EC

Es un secreto a voces que un impresionante Lamborghini negro convertible recorría los balnearios del sur y los distritos de la capital con sonora estridencia.

“¿Has visto ese auto que se parece al batimóvil?”, preguntaba el que lo veía. “Claro, el que anda sin placa. ¿Y cómo puede circular así?”, contestaban. “¿Cómo puede? Es un Lamborghini, pues” era la respuesta. Y listo. Mejor déjalo ahí. Mejor no hablar de ciertas cosas.

La leyenda del Lamborghini negro –y su flagrante ilegalidad– estuvo recorriendo Lima las últimas semanas antes que los medios hicieran pública su historia. Como es ahora conocido, su impecable chasís de modelo Gallardo Spyder, de más de 250 mil dólares, y su conductor, el ahora finado Hugo Quintana Bardelli, fueron ametrallados con 43 balazos de fusiles AR-15, es decir, con armas de uso típico de cárteles del narcotráfico de México y Colombia. Algo que a nadie sorprendió dadas las características de sus movimientos.

El Lamborghini es un auto admirado en todo el mundo, y su presencia llama la atención en cualquier ciudad, incluso en las europeas o en las árabes petroleras. Según comenta Renzo Capani, representante en el Perú del grupo Volkswagen –empresa matriz de Lamborghini–, apenas se venden al año entre 3.500 y 4 mil unidades de ellos en todo el planeta. Verlos de cerca, entonces, es un acontecimiento que no pasa desapercibido.    

¿Cómo pudo circular semejante “fierro” a vista y paciencia de las autoridades sin matrícula que lo identifique? ¿No está la policía obligada a investigar a cualquier auto sin placa, más aun uno como este, con semejante escándalo sobre ruedas?

“Todo auto de lujo que no tiene representación en el Perú llega como importación particular”, aclara Capani. Por eso, para entrar al país su propietario debe declarar los datos completos, como lo hicieron los dueños de los dos o tres ejemplares de esta marca que sí están legalmente en Lima. Entre ellos, se dice, los de futbolistas de la selección nacional.

El inexplicable lujo de Quintana no se agotaba en el auto, sino también en otros signos exteriores de riqueza. Un reloj de 50 mil dólares en la muñeca, una pistola de plata en la cajuela. Como en el caso del clan Cerbellón de La Molina, capturado también semanas atrás con 625 kilos de cocaína con valor por en 18 millones de dólares, Quintana llevaba un pomposo estilo de vida que refulgía como el capote de su auto fantástico.

Según la Superintendencia de Banca y Seguros, a enero del 2014 el lavado de activos por tráfico ilícito de drogas ascendía a 5.200 millones de dólares, acumulados desde el 2007. Representa el 63,4% del total de dinero sucio que entra clandestinamente al sistema financiero, y que se cuela como una maldición envileciendo la vida de los que están a su alrededor.

Cuando la ley se enceguece con el brillo del lujo súbito, perdemos más que la vergüenza. 

Con la cocaína es todo o nada. Es con ella, o contra ella. Los últimos acontecimientos nos hacen pensar que demasiada gente está con ella. Unos mueren acribillados, otros nos tendrían que dar explicaciones.