(Foto: Presidencia/Captura).
(Foto: Presidencia/Captura).
Diego Macera

Si usted, estimado lector, se dio el pesado trabajo de leer los planes de gobierno de los dos candidatos que pasaron a la segunda vuelta durante las elecciones pasadas, seguramente se le terminaron enredando. ¿Era Fuerza Popular (FP) el que prometía crear una Unidad de Gestión de la Inversión Pública para apuntalar la inversión en infraestructura, y Peruanos por el Kambio (PPK) el que proponía hacer lo mismo fortaleciendo al MTC? ¿O era al revés? Los dos prometieron integrar el sistema de salud, pero ¿cuál proponía hacerlo a través de las Redes Integradas de Salud (RISS) y cuál a través de “ordenar el engranaje entre los tres niveles de atención”?

Formas más, formas menos, lo cierto es que los traslapes entre ambos planes de gobierno eran evidentes. Si uno empezaba a revisar el plan de FP y al voltear la página para continuar leyendo, por error, se le traspapelaba una hoja del plan de PPK, difícilmente lo hubiera notado. En términos de orientación ideológica y de prioridades de alto nivel eran casi indistinguibles.

Para algunos esto era una gran noticia. Al fin –se decía– tendremos al Ejecutivo y al Congreso alineados en la implementación de las reformas estructurales más básicas (modernización del Estado, educación, salud, infraestructura, seguridad, justicia, protección social, etc.). Independientemente de quién resulte elegido –iba el argumento al final de la primera vuelta–, los próximos cinco años serán probablemente un camino en la dirección correcta. Seguro: las coincidencias no son plenas, hay temas ausentes o mal enfocados en ambos planes, y la tensión política subirá en algún momento si resulta elegido el candidato Kuczynski y debe lidiar con un Congreso de oposición, pero la agenda general es obvia. Los más optimistas incluso vaticinaban que un lustro con un Estado eficiente al servicio del ciudadano podía ser suficiente para conjurar para siempre las amenazas radicales o populistas que cada cinco años nos asaltan.

Qué equivocados podían estar. A poco más de un año en sus puestos, los representantes del Ejecutivo y Legislativo no han podido avanzar de manera decidida ni en los temas en que coinciden. Si estos dos poderes del Estado reconocen que la maraña legal y burocrática mata la inversión privada, ¿por qué no estamos discutiendo leyes del tipo “borrón y cuenta nueva” para la regulación de diferentes sectores? Si el caos del sistema de salud pública es claro para ambos lados de la avenida Abancay, ¿qué se espera para poner en orden a los hospitales de Essalud, limpiar el SIS y tener una política clara de recursos humanos? Si ya no vamos a hacer la gran reforma previsional, ¿alguien se opone por lo menos a la restructuración de una ONP desfinanciada y que no le pagará un sol de pensión a decenas de miles de sus aportantes? Y si a media voz se discute por enésima vez la reforma laboral que todos reconocen necesaria y obvia, ¿a quién exactamente estamos esperando para que la ejecute si no eran estos dos partidos?

La principal desazón –como todas las buenas desazones– nace de la sensación de una oportunidad única en pérdida, una que se viene desperdiciando conforme pasan los meses. Pero no es muy tarde para revertir la tendencia. Quedan casi cuatro años para que Ejecutivo y Legislativo abandonen el piloto automático del sector público y para que ocupen su agenda del día fijándose más en los planes de mañana –en los que además coinciden– que en el periódico de ayer. De lo contrario, no sería sorprendente que nos esperen ánforas llenas de decepción y frustración con el sistema en el 2021. Advertidos estamos. Y entonces, como diría Fernando Pessoa, seremos siempre aquellos que esperaron que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta.