(Foto: AFP)
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Fernando Cáceres Freyre

Lo que diga o impulse el Papa o la Iglesia Católica en nuestro país no es solo una cuestión de fe. Nos afecta a todos. El número de peruanos que se declara católico supera el 70% y sus autoridades siempre se han encontrado entre las personas más poderosas del país. Por ejemplo, el cardenal Juan Luis Cipriani aparece en la última Encuesta del Poder de “Semana Económica” en el puesto 8, por delante de Martín Vizcarra, Mario Vargas Llosa, etc. Por eso, es clave entender cómo aterrizará la Iglesia las palabras de Francisco en el Perú.

El tono de Francisco es muy diferente que el de Juan Pablo II. Este último, por ejemplo, al referirse a la violencia terrorista en 1985 dijo: “No sigáis a quienes afirman que las injusticias sociales solo pueden desaparecer mediante el odio entre clases o el recurso a la violencia […] Solo la conversión del corazón puede asegurar […] un mundo mejor”. Un estilo que invitaba más a la introspección que a la acción.

Por su parte, en “Laudato si”, el manifiesto o encíclica que recoge el pensamiento del papa Francisco sobre el medio ambiente, este señala que los análisis no bastan, requiriéndose propuestas de diálogo y de acción, y “un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común”. De hecho, Francisco siempre ha sido un Papa convocante al diálogo como herramienta central para lograr el bien común.

En esta línea, yo esperaba que su discurso fuera enérgico en la condena de la trata de personas, la violencia contra las mujeres, la minería y tala ilegales, y a la vez propositivo en cuanto se refiere a un desarrollo económico sostenible de la Amazonía. Y si bien fue enérgico en condenar muchos males que vienen ocurriendo en la Amazonía, y que todos condenamos, lejos de buscar acercar facciones en cuanto al desarrollo económico de la selva, dio un discurso polarizante, en el que se limitó a señalar que los pueblos amazónicos están amenazados por el extractivismo y los grandes intereses económicos, como la minería, los monocultivos agroindustriales, entre otros, más no proponer una solución.

Nadie duda de que hay casos críticos de explotación de recursos naturales de la Amazonía, como el conocido caso del Grupo Melka (Cacao del Perú Norte/Plantaciones Ucayali), sobre el que recaen acusaciones de deforestación de áreas y desacato a paralizar obras. Pero necesitamos establecer reglas para que la propia Amazonía pueda servir al desarrollo del país, en la medida que productos como el café y el cacao, por ejemplo, son necesarios para prevenir actividades informales que afectan el medio ambiente y generar empleo formal.

Además, este propósito es coherente con la propia encíclica “Laudato si” y el pensamiento social cristiano de la Iglesia, que buscan un mercado regulado que ayude a combatir la pobreza mientras se conservan recursos escasos. Y guarda coherencia con las propuestas de gobierno de Fuerza Popular (incentivo de la agricultura industrial y Amazonía sostenible) y PPK (plan de ordenamiento y aprovechamiento racional de bosques).

El papa Francisco ha anunciado la celebración en octubre del 2019 de un sínodo extraordinario de obispos, en el que se abordarán los problemas de la región de la Amazonía y especialmente de la población indígena. Las elecciones regionales, sin embargo, son este año. Si vamos a tener un Papa activista e influyente en nuestra política, lo mínimo que debiera hacer la Iglesia Católica es aclarar si las palabras de Francisco tendrán o no un correlato con la acción de la Iglesia. En un país sin liderazgos políticos, la verdad es que no me opondría a una Iglesia que participe más activamente en nuestra vida en sociedad, siempre que se busque tender puentes entre facciones y no agudizar las contradicciones.