Fútbol contra el enemigo, por Pedro Ortiz Bisso
Fútbol contra el enemigo, por Pedro Ortiz Bisso
Redacción EC

Berlín durante la ocupación soviética. Hasta los 13 años acudía los sábados por la tarde a ver jugar al Hertha, el club de fútbol que había robado su corazón. Un día no lo pudo hacer más: un inmenso muro hecho de ladrillo y hormigón, rodeado de trampas y soldados acostumbrados a disparar antes de preguntar, lo privó de su entretenimiento semanal.

Pero el ladrillo no pudo destruir el amor de Klopefleisch por su equipo y junto con otros hinchas empezaron otro ritual: cada vez que jugaba el Hertha, iban al sector del muro más cercano al estadio y desde ahí, a partir del griterío de la gente, trataban de imaginar lo que ocurría. Sin disparar una sola bala, habían vencido a la cortina de hierro.

Esta es una de las tantas historias que trae  ,  uno de los mejores libros sobre el deporte rey que por esos accidentes del destino –llámenle crisis europea– es posible encontrar desde hace unas semanas en las principales librerías de la capital.

Su autor  es Simon Kuper, un periodista que a inicios de los años 90, con poco dinero y algo de ropa en un bolso, decidió recorrer el mundo a fin de descubrir qué había detrás de ese deporte capaz de desatar guerras, destruir familias, fabricar fortunas repentinas o provocar que el planeta se paralice, como va a ocurrir en poco menos de un mes, cuando empiece a moverse la pelotita en Brasil.

El odio de los holandeses por los alemanes, cuya raíz no estaba en el juego de Brehme o Matthaus, sino en los años de ocupación nazi, es parte de uno de los capítulos. También cómo el Dínamo de Ucrania, cuando esta aún pertenecía a la Unión Soviética, se convirtió en el primer club profesional del país, no por necesidades deportivas, sino por obra de la corrupción, que lo convirtió en vehículo para evadir impuestos, exportar oro, platino y hasta piezas de misiles.

Asimismo, lo que representó el fútbol en Sudáfrica durante y después del apartheid, el odio visceral que separa –y a la vez une– al Celtic y al Rangers en Escocia, por qué la figura del malandro puede explicar la forma cómo juegan los brasileños, la vergüenza del Mundial de Argentina 78 –con una mención especial al 6-0 a Perú– y otros relatos que permiten entender por qué el fútbol, más que un deporte, es una forma de vida. Para bien o para mal.

Nuestro país no es ajeno a la descripción de Kuper.  La ‘U’ y Alianza ya habrían desaparecido si el Gobierno no les hubiera lanzado el salvavidas de las administraciones temporales.  Por eso creer que se detendrá la violencia de sus hinchas con el cierre de los estadios, exigiendo el DNI en las puertas o prohibiendo banderolas, es mirar el problema solo por encima.

La violencia de las barras es un asunto de seguridad ciudadana, que tiene sus raíces en las relaciones barriales y el pandillaje. Que no se entiendan estas palabras como una justificación. Al contrario. Es apenas un pedido para conocerlo mejor. Solo a partir de su entendimiento pleno se podrán tomar las decisiones más adecuadas –e integrales– para enfrentarlo con éxito.