Siempre le ha bastado a la FIFA con el solo amague de desafiliarnos para que nuestras autoridades tengan que morderse la lengua y desistan de todo intento por hacer que nuestra federación se ajuste a la legislación peruana.
Salvo en el 2008, cuando a pesar de la amenaza persistimos en la defensa de nuestras leyes —la FIFA podrá ser la FIFA, pero nosotros somos el Perú, un país digno y soberano—. Así que nos pusimos fuertes. Y nos suspendieron. Pero no pasó un mes antes de que lográramos que nos levanten la sanción tras admitir, digna y soberanamente, que haríamos como la FIFA dijera. Porque —cuántas derrotas no habremos deglutido con esta misma frase— “así es el fútbol”.
O así lo era hasta hace una semana y media, cuando una rauda operación conjunta entre autoridades norteamericanas y suizas se encargó del traslado de siete peces gordos de la FIFA de las palaciegas habitaciones que ocupaban en un cinco estrellas de Zurich a celdas más modestas en la fiscalía local. Y aunque Blatter pretendió inicialmente continuar como si con él no fuera la cosa, alguna información habrán soltado luego los buenos muchachos detenidos, pues el suizo dejó de hacerse “el sueco” y tuvo que anunciar su renuncia.
El fútbol seguirá siendo el fútbol, por supuesto. Pero el podrido juego detrás de este deporte habrá de ventilarse. Y quienes lo jugaban asignando derechos de televisión y amañando la designación de sedes a cambio de millonarios sobornos tendrán que rendir cuentas ante la justicia.
Tendríamos que agradecer a las autoridades norteamericanas y suizas por su efectiva colaboración en este caso. Merecerían, de hecho, entrar hoy a la cancha en Berlín, para la final de la Champions.
Y deberían ser ellos quienes porten la percudida bandera del Fair Play para limpiarla con la ovación del público. Y, ya teniéndolo en el campo, habría que pedirle a James Comey, director del FBI y pieza clave en este operativo, que repita para el estadio sus palabras del 27 de mayo: “Quien toque nuestras costas con su empresa corrupta, ya sea a través de reuniones o mediante el uso de nuestro sistema financiero de clase mundial, será acusado de corrupción.” Porque —aquí la esencia de su mensaje— “Nadie está por encima de la Ley”.
Claro que habría también que preguntarle, después de los aplausos, lo mismo que a la Fiscal General Loretta Lynch, por qué no hicieron lo mismo con los corruptos ejecutivos de grandes bancos como Citigroup, JPMorgan Chase, Barclays, entre otros, tras haber comprobado, como anunciaron apenas una semana antes del escándalo de la FIFA, que estos bancos se coludieron para manipular la tasa de intercambio de monedas en su propio beneficio y en perjuicio de millones de personas.
Quizá la respuesta sea que estos bancos de “clase mundial” sí pueden pagar en billonarias multas el precio de no tener que ir a la cárcel. O quizá simplemente respondan, antes de abandonar la cancha, que como ya todos sabemos, “así es el fútbol”.