En “El año en que nació el demonio”, la novela de Santiago Roncagliolo (Seix Barral, 2023), se desvelan momentos sombríos y desafiantes en los que se entrelazan el poder y la corrupción de manera perversa.
Sus pasajes ficticios evocan de manera inquietante la cruda realidad peruana, que se viene acentuado en los seis meses de gobierno de la presidenta Dina Boluarte. Crece el escepticismo de la ciudadanía hacia las élites políticas, cuyo enfoque parece residir en sus propios intereses y en mantener el dominio, relegando el bienestar del pueblo a un segundo plano.
Bajo el mandato de la presidenta Boluarte, decenas de vidas se han perdido a causa de la represión, sin que ni siquiera se manifieste un mínimo interés en investigar los abusos y violaciones de derechos humanos cometidos.
Sin embargo, este no es el único suceso grave en la actual gestión gubernamental. La alianza con sectores más retrógrados en el Congreso no puede ser pasada por alto, ya que socava el equilibrio de poderes y representa una amenaza significativa para la democracia.
Un claro ejemplo de ello es el nombramiento de una persona sin las credenciales necesarias como defensor del Pueblo, lo que plantea serias dudas sobre la imparcialidad y capacidad de la institución para proteger a los ciudadanos.
Además, el Congreso, con el silencio cómplice del Ejecutivo, ha lanzado una embestida contra la JNJ y el JNE, poniendo en tela de juicio a los órganos fundamentales para la selección de jueces y el sistema electoral.
Otra medida alarmante es la aprobación preliminar de una ley conocida, con justa razón, como ‘ley mordaza’, que busca aumentar las penas de cárcel por difamación. También preocupa el nombramiento de la reciente directora de Comunicación Estratégica del Despacho Presidencial como presidenta del IRTP, ente que controla TV Perú y Radio Nacional.
Indudablemente, estas iniciativas buscan acallar las voces críticas, silenciar a la prensa y convertir a los medios estatales en meros amplificadores, borrando de un solo golpe los tímidos avances hacia su independencia.
La más reciente maniobra de este entramado apunta a la aprobación en primera votación de una ley claramente inconstitucional, que permitiría a la presidenta Boluarte ausentarse del territorio nacional, gobernando de manera remota.
Resulta innegable que nuestro país aún no se ha recuperado del caos y la falta de liderazgo experimentados durante el (des)gobierno del expresidente Pedro Castillo. A ello, se suman ahora el autoritarismo del régimen actual, el pésimo manejo en la lucha contra el dengue y, como corolario, la confirmación del quiebre de los estancos separados por los que discurrían política y economía.
Si bien es cierto que la impunidad y la falta de transparencia no son exclusivas de Boluarte, ya que han prevalecido durante el gobierno de Castillo y mucho antes, se esperaba que ella enmendara el rumbo y no impusiera nuevos retrocesos a la tambaleante democracia.
Como primera mujer en asumir la presidencia del Perú, Boluarte tenía la ocasión única para demostrar, por mérito propio, por qué el protagonismo femenino es fundamental en la política. Lamentablemente, viene desperdiciando aquel hito que la historia le ha concedido.
En momentos como estos, es inevitable establecer una comparación entre el oscurantismo vivido durante el Virreinato y la situación actual. Aunque no enfrentamos eventos sobrenaturales como un parto demoníaco, llevamos demasiados años sumidos en una realidad en la que el poder cae en manos de individuos mediocres y sin escrúpulos.
La política nacional se ha convertido en un reino del oscurantismo, en el que personas sin principios ni moral operan en las sombras y se vuelven indispensables, generando un sistema caracterizado por la impunidad, el abuso y los intereses subalternos.
En la lucha por una sociedad justa y transparente, no podemos permitir que la cotidianidad de estos individuos abusivos, traficantes de influencias y oportunistas se normalice. Se requiere un cambio de rumbo hacia una democracia auténtica, donde el poder sea ejercido con responsabilidad y honestidad.
Las convergencias entre ficción y realidad nos revelan la apremiante necesidad de restaurar la confianza en las instituciones y el surgimiento de nuevos líderes, para así construir un futuro en el que las necesidades de la población sean prioritarias y no mera retórica de promesas vacías.
El momento de actuar es crucial para evitar una escalada desfavorable. Debemos permanecer alertas y no caer en las trampas de aquellos que prometen soluciones fáciles, pero solo buscan su propio beneficio. La tarea es unir esfuerzos para construir un país donde la democracia sea más que una palabra vacía, donde el poder sea ejercido por individuos comprometidos con el bienestar colectivo, la transparencia y la búsqueda incansable de justicia.
La oscuridad no puede prevalecer. Es nuestra responsabilidad escribir un nuevo capítulo en la historia de la nación, un relato cargado de esperanza, justicia y progreso.
Seguir encharcados en el lodo provocará el hartazgo en la población, la que, como castigo hacia los actuales líderes políticos, podría optar en un futuro cercano por opciones populistas y radicales, entre las que el encarcelado Castillo no figurará como la peor.
Al igual que los valientes protagonistas de la novela de Roncagliolo, que desafían las fuerzas malignas en busca de restaurar la paz y la libertad, debemos tomar acción para superar estos tiempos oscuros y forjar un futuro mejor en beneficio de todos.