Maritza Paredes

Lamentablemente, llegó otra vez la temporada de , y lo que solía ser una catástrofe natural de otras áreas se ha convertido en un evento nacional anual que parece llevarse cada vez más vidas de personas y animales, cobertura boscosa y la seguridad de miles de pobladores y comunidades indígenas locales. En el pasado, sabíamos que estos incendios, que siempre ocurrieron en menor extensión, eran provocados por malas prácticas de roza y quema para fines agropecuarios. Sin embargo, la pérdida de bosque por incendios, que se ha multiplicado por seis desde el 2001, indica que no se trata simplemente de prácticas aisladas. Más bien, es un problema complejo que revela el fracaso de la política forestal del país, que ha pasado de un intento de protección al despojo sistemático de la .

Hasta hace no mucho, veíamos los incendios forestales como una catástrofe de otras latitudes, como los bosques boreales del norte, donde los incendios forman parte del ciclo biológico natural. Pero donde también el cambio climático está intensificando las olas de calor, aumentando las temperaturas y secando los bosques, lo que crea condiciones propicias para incendios más grandes y periódicos. A diferencia de los bosques boreales, los incendios no son parte del ciclo ecológico de los bosques tropicales de la Amazonía y, si bien el cambio climático ha intensificado los períodos de sequía en la Amazonía y ha aumentado la vulnerabilidad de los bosques a los incendios al hacerlos más inflamables, el incremento de estos incendios en la Amazonía requiere una comprensión más exhaustiva de las políticas relacionadas con la región.

La falta de una política coherente con la protección de la Amazonía ha permitido actividades informales e ilegales que despejan suelos forestales, haciendo que los bosques tropicales sean menos resilientes y más susceptibles a los incendios. Actividades como el indiscriminado cambio de suelo para propiciar la agricultura comercial, la tala ilegal y la expansión de cultivos de coca contribuyen significativamente a estos incendios, muchas veces en medio de la impunidad y la falta de regulación por parte de las autoridades en todos sus niveles. Las consecuencias son extremas, dado que los incendios en la Amazonía liberan grandes cantidades de carbono, agravando el cambio climático y creando un círculo vicioso: el cambio climático provoca incendios y los incendios intensifican el cambio climático.

Debemos entender estos episodios trágicos como una fiebre: un síntoma peligroso en sí mismo, pero también un indicador de una infección subyacente. El no solo falla en combatir la fiebre, sino también en el problema de fondo. La paradoja es que, aunque hoy contamos con la tecnología que permite contar con alertas tempranas como la medición de la humedad del aire y la dirección de los vientos, carecemos de un sistema de respuesta rápida eficaz. El plan de prevención de incendios debería promover una actuación más rápida e integrada por parte del Senamhi, el Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego, el Serfor, el Indeci y los gobiernos regionales. Y, aun así, solo estamos tratando el síntoma. Sin soluciones reales y políticas para la Amazonía, y con las temperaturas en constante aumento, los incendios solo se volverán más devastadores y recurrentes. La respuesta adecuada requiere inversión e instituciones políticas tanto ejecutivas, judiciales y legislativas que promuevan el bienestar de la Amazonía y no su despojo.





*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Maritza Paredes es Socióloga PUCP

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