Hace unos días, mi padre me preguntó qué significaba ‘pitufear’, a lo que le respondí que era una modalidad de fraccionar pagos, por ejemplo, a partidos políticos de manera que pudiesen escapar de los controles legales. Recordé a los pequeños seres azules que vivían en la comunidad patriarcal altamente especializada de los pitufos, que eran siempre acechados por un malvado hechicero que merodeaba la aldea pitufa. Como en un bosque encantado, mi memoria también viajó a mis años de estudiante cuando el profesor Fernando Fuenzalida nos deslumbraba con las leyendas nórdicas, germanas, andinas y asiáticas de los elfos y los seres de otras dimensiones.
Precisamente inspirado por “El Señor de los Anillos” de Tolkien, el ingeniero peruano Javier Zapata decidió pasar revista a nuestra propia tierra media y publicó el hermoso texto “Seres mágicos del Perú”, donde recordamos que nuestros seres maravillosos no son muy distintos a los que ilustran el folclor europeo. Es frecuente compartir historias contadas con inquietante cotidianidad en las que pobladores amazónicos hablan de avistamientos de sirenas e incluso tritones en lagos y cochas, o deambulando entre humanos junto a otros seres formidables. En Ayacucho, un comunero me contó su encuentro con una dama del agua, a la que vio peinando su brillante cabellera junto a una catarata. Lo que me sorprendió fue que, al igual que en otras partes del mundo, él sabía que no podía permitirse ser visto por el hermoso ser, pues quedaría encantado para siempre. ¿Por qué estas leyendas, que a veces parecen manifestarse en el mundo real, son tan parecidas en diferentes partes del mundo?
Fuenzalida nos proponía tres posibilidades de respuesta a esta pregunta. La primera era que la presencia de elfos, sirenas y ninfas que pueblan tantas historias compartidas podrían ser parte de un bagaje de narrativas que se originaron cuando éramos un único grupo humano.
Fuenzalida procedía con una segunda posibilidad; y era que se trataría de relatos que llegaron desde Europa con la conquista, ya que los primeros europeos que llegaron eran de lo más supersticiosos. Incluso el mismísimo Cristóbal Colón, por ejemplo, escribe que en su primer viaje vio tres sirenas que se acercaron a él. El experimentado marino genovés incluso se anima a decir que se sintió decepcionado porque les vio un rostro masculino y no se parecían a las sirenas griegas.
Esto generaba una suerte de mestizaje de diferentes tradiciones con distintas percepciones del mundo. El alquimista, mago y médico suizo del siglo XVI Paracelso sostenía que cada uno de los cuatro elementos de la naturaleza (tierra, aire, fuego y agua) tenía, lo que él denominó, un “elemental”: un ser que los protegía. Paracelso habla con mucha naturalidad de estos entes guardianes que se articulan de manera peculiar con la perspectiva que fluye a través de la narrativa de Arguedas, donde, desde la cosmovisión andina, todo tiene espíritu.
Fuenzalida nos proponía una tercera posibilidad a modo de provocación y era que estos seres realmente existieran. Y nos recordaba la frase de Sherlock Holmes para cualquier investigación: “Cuando todo aquello que es falso ha sido descartado, lo que queda es la verdad, aunque parezca absurdo”.
En eso pensaba cuando, hace unos días, gracias a la invitación de los alumnos, el doctor Anthony Choy visitó la universidad y habló de su experiencia en su exitoso programa radial “Viaje a otra dimensión”. Quizá sea el único espacio donde las personas que han tenido experiencias paranormales pueden compartir con confianza y sin temor sus historias con un interlocutor sereno, empático, que no vacila en despejar dudas. Cuando el doctor Choy preguntó al auditorio si alguien había visto duendes u oído historias de los mismos, muchos levantamos la mano. Y este es un caso en que la conversación cálida y personal nos ayuda a descubrir que no somos los únicos que hemos oído historias de primera mano donde los duendes secuestran a los bebes no bautizados o donde los fantasmas coexisten con los humanos.
La antropología no busca descubrir la existencia real de este universo de seres fantásticos, sino que estudia cómo las personas se relacionan con este fenómeno culturalmente. Una conclusión interesante es que la cultura occidental posee un concepto de realidad limitado solo a lo que puede verse, medirse o predecirse, prácticamente en lo que vemos cuando estamos despiertos. Este no es el único concepto de realidad que existe. En muchas sociedades tradicionales es muchísimo más amplio, admitiendo lo que se puede ver, lo que se ve en sueños, lo que se ve en premoniciones y lo que se aprende en estados alternos de conciencia mediante ritual shamánico. Una cosa que quisiera puntualizar es que nuestra sociedad está lejos de ser, felizmente, moderna. Convivimos en un crisol de culturas y de emociones donde todavía la magia existe a pesar de la realidad y donde el lugar privilegiado frente al fogón lo tiene aún quien nos narrará su encuentro con el chullachaqui, el muki, los aparecidos y los duendes que pululan debajo de las higueras y los árboles de plátano.