El coronashock es a la economía lo que el COVID-19 a la medicina: una patología nueva y potencialmente devastadora. Superarla con éxito requiere tener un diagnóstico claro de cómo nos afecta, y la capacidad de aplicar un tratamiento efectivo.
Un primer elemento de ese diagnóstico es que el Perú es un país especialmente vulnerable por dos comorbilidades críticas: una economía muy informal y un Estado con baja capacidad recaudatoria. Lo primero ha sido discutido ampliamente en las últimas semanas. Lo segundo no tanto como debiera.
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El Perú es uno de los países con la menor recaudación como porcentaje del PBI en América Latina. Esto es muy relevante en este contexto en el que la necesidad de invertir más en las capacidades del Estado y en la prestación de servicios públicos es muy aguda, y que la pandemia va a generar un aumento muy grande de la deuda pública.
La caída del PBI para este año se estima entre 10% y 20%. La consecuencia es que inevitablemente tendremos un stock de deuda mucho mayor y un PBI menor, lo que en conjunto puede significar un indicador de deuda sobre PBI cercano al 40% (en comparación con el 27% del 2019).
La deuda sobre PBI es el elemento que más afecta la calificación crediticia de un país.
Esto no sería preocupante si el país lograse regresar rápidamente a una trayectoria fiscal sostenible. Pero para lograrlo tienen que ocurrir dos cosas: la tasa de crecimiento del PBI en los siguientes años tiene que ser mayor al interés de la deuda soberana peruana, y tenemos que transitar en poco tiempo a un déficit fiscal muy pequeño o incluso un superávit.
Por más que las proyecciones de tasas de interés globales sean muy bajas, no deberíamos dar por sentado que, más allá de un rebote estadístico, el Perú pueda crecer a tasas consistentemente superiores. Primero porque el riesgo crediticio del Perú –y las tasas de interés que pagamos por nuestra deuda– puede aumentar tanto por el coronashock como por la epidemia populista que permanentemente nos acecha. Segundo porque el crecimiento no es automático, y si no manejamos bien el coronashock y no encendemos nuevos motores, podríamos estancarnos en tasas mediocres como en los últimos años.
Además, pospandemia habrá una demanda grande de expansión del gasto público para atender nuestro déficit de salud.
La combinación del coronashock con el populismo amenaza, por lo tanto, con quitarnos nuestra mayor fortaleza y el pilar del crecimiento de los últimos 20 años: unas finanzas públicas sólidas.
Pero mientras que la interacción del virus que produce el COVID-19 con nuestro organismo es algo que está fuera de nuestro control, la economía sí depende de nuestras decisiones como sociedad. Podemos superar el coronashock y salir fortalecidos si tomamos buenas decisiones en tres frentes.
Lo primero son medidas sanitarias para controlar la pandemia. No es posible curar la economía del coronashock sin controlar el COVID-19. Tanto por el costo en vidas como por el costo económico, urge una estrategia que permita combatir el virus con efectividad sin requerir la paralización de buena parte del aparato productivo.
Lo segundo son medidas económicas para reducir el daño colateral causado por las medidas sanitarias. El primer rol de la política económica en esta crisis es el alivio y evitar que el coronashock cause más daño al propagarse al sector financiero. Y ahí podemos hacer mucho más. El Gobierno puede aumentar el tamaño de los bonos y los subsidios a las planillas para evitar la destrucción innecesaria de empleos productivos y formales o quiebras. Es indispensable también monitorear muy de cerca el comportamiento de la cartera morosa del sector bancario y estar listos para tomar medidas a fin de sacar créditos deteriorados por el coronashock del balance de los bancos.
Finalmente, lo tercero son medidas para fomentar la inversión y la creación de nuevos empleos formales y productivos tan pronto la economía se estabilice.
Una aceleración del programa de inversión en infraestructura, una verdadera reforma de transporte y una eliminación de todos los subsidios a la informalidad del marco regulatorio peruano (laboral y tributario) son aspectos que ya no podemos darnos el lujo de procrastinar.
A diferencia del COVID-19, cuya cura se tiene que descubrir, la cura para el coronashock ya se sabe: es el crecimiento económico inclusivo.
*Esta columna está basada en un capítulo escrito por el autor, Carlos Ganoza, para un libro que será publicado en julio por Penguin Random House.