La mitad del verano es agobiante, por razones que van más allá de la sensación térmica. Con el inicio del año escolar, los padres de familia miran angustiados el costo de la educación de sus hijos: uniformes, útiles, matrícula, pensiones y varios otros rubros. En esta época surgen voces pidiendo control a las pensiones escolares. A veces, no falta alguna autoridad bien intencionada tratando de recoger tal reclamo. Ahí hay un error.
Es impopular, pero hay que decirlo. Las pensiones escolares en nuestro país deben subir aún más, son bajas en comparación a las de nuestros países vecinos. De la mano, la inversión que hace el país en nuestra educación pública es pobre. Los datos de Unesco son contundentes. En promedio, por cada estudiante de educación básica invertimos unos 1.100 dólares al año. Nuestros vecinos como Colombia y Chile, más del doble. Los líderes globales de la educación como Finlandia cerca de doce veces lo que nosotros invertimos por cada estudiante durante un año escolar.
Nos hemos acostumbrado a invertir poco, descuidando lo más importante: la calidad. El enorme salto que necesitamos dar en calidad educativa no será gratuito, indefectiblemente tendrá que ir de la mano de mayor inversión educativa. La calidad cuesta. Hoy, que estamos a punto de iniciar un tercer siglo de vida republicana, vale la pena plantearnos como objetivo la mejora de la calidad educativa.
No faltará quien levante el argumento de la ineficiencia del gasto público. A la luz de las evidencias este argumento hoy tiene más de mito que de realidad. La evaluación más reciente que hizo el Banco Mundial al gasto público educativo peruano encontró, utilizando una metodología de fronteras de eficiencia, un resultado que llama la atención. Los pobres desempeños educativos del país son un resultado que se explica en mayor medida por las pobres inversiones y no tanto por una ineficiencia del gasto público.
De cara al bicentenario de la independencia del Perú, la priorización al interior del sector de la mayor inversión educativa debería hacerse sobre la base de evidencias. La evidencia demográfica nos dice que estamos dejando de ser una nación mayoritariamente joven o infantil. No vamos a necesitar construcciones masivas de nuevos colegios ni creaciones masivas de nuevas plazas docentes. La evidencia internacional nos dice que las inversiones más costo-efectivas y generadoras de equidad son las que se hacen en los mil primeros días de vida de las personas. Hay que priorizar el desarrollo infantil temprano. Vale la pena plantearnos como objetivo que los nuevos peruanos, los del bicentenario, nazcan en un país con mayores oportunidades para todos.
La evidencia internacional también nos dice que el factor clave para el éxito de un sistema educativo es el docente. Hay que invertir en infraestructura, tecnología y otros elementos de apoyo pedagógico, sí, pero la inversión en el capital humano del sector debería ser la más importante. Es necesario atraer, seleccionar, entrenar y promover mejores docentes. Ahí debe destinarse buena parte del aumento en la inversión educativa. No necesitamos más docentes, los necesitamos mejores.
Hoy los salarios de los docentes se encuentran en el tercio inferior de los salarios de los profesionales y técnicos del país. Así resulta imposible atraer a los mejores. En nuestros países vecinos, los salarios de los docentes están en el medio de la distribución. Al menos habría que llegar a ese punto. Eso puede costar alrededor de dos puntos porcentuales del PBI. Se trata de una cifra inalcanzable para la contabilidad y finanzas actuales del MEF, se necesita de un consenso político que haga esa inversión viable.
Es claro que esas mayores inversiones en docentes deberían ir de la mano de mayores exigencias de capacitación y desempeño. Es necesario romper el círculo vicioso de desprestigio de la profesión docente. Esto se conseguirá con mayores exigencias y mejores recompensas.
En la medida en que las condiciones laborales de los docentes comiencen a mejorar en el segmento público del sistema educativo, algo similar pasará en el privado. Ambos tienen una similitud importante: su estructura de costos depende fuertemente de la planilla docente. Por ello, las pensiones escolares de los colegios privados tendrán que crecer a un ritmo muy superior a la inflación durante varios años.
Algo parecido tendrá que pasar en el nivel superior de la educación, universitario y técnico. En estos segmentos, además de invertir más en la función docente es necesario invertir en investigación.
Son varias las economías familiares para las que estos aumentos resultarán prohibitivos. Aquí es donde la escuela pública debería volver a ser una opción, como antes, con las mejoras de calidad pertinentes. Ahí la tarea.