La reducción de los índices de pobreza y pobreza extrema son la mejor demostración del éxito de las reformas de libre mercado que el Perú adoptó hace más de 20 años. Tan solo en los últimos diez años la pobreza ha bajado del 33% al 20% de la población total; y la pobreza extrema, del 10% a menos del 3%. Cierto que con notorias diferencias entre costa, sierra y selva y entre zonas urbanas y rurales, pero la tendencia es general, sostenida e irrefutable. No la ven solamente los que no la quieren ver.
Estos son indicadores de lo que se conoce como pobreza monetaria, es decir, cuántas personas viven con un ingreso inferior al límite que separa a los que son pobres (o extremadamente pobres) de los que no lo son. Hay, sin embargo, otro concepto de pobreza, la pobreza multidimensional, que mide carencias específicas: la falta de acceso a un hospital, por ejemplo, o el tipo de material utilizado para el piso de la casa. Este concepto de pobreza da una idea más clara de las condiciones de vida de la población, según sus partidarios, y una visión más sombría del progreso que hemos hecho hasta ahora. Entre esos partidarios debemos contar al Gobierno, que ha decidido adoptarlo como medida oficial de la pobreza.
La diferencia entre ambos conceptos puede resumirse de la siguiente manera: la pobreza monetaria se fija en la creación de riqueza; la pobreza multidimensional, en los usos de la riqueza. Ninguno de los dos conceptos es inexpugnable. Los indicadores que determinan cuándo alguien deja de ser pobre son subjetivos (pero no por eso inválidos), pues dependen de los creadores del índice. La lista de carencias por las que se clasifica a una familia como pobre también es una decisión subjetiva. Cambia la lista y cambia el resultado.
Este economista prefiere el concepto de pobreza monetaria porque el uso que hace la gente de sus pocos o muchos ingresos pertenece a la esfera de la libertad individual. Se puede objetar que uno no es libre de curarse si no hay un hospital cerca de su casa, pero la verdad es que todos enfrentamos restricciones a los usos que podemos darles a nuestros ingresos. El lugar donde vivimos nos condiciona inevitablemente.
Cada familia puede decidir por sí misma cuáles son las carencias relevantes, y seguramente usa sus ingresos para atender aquellas que siente más apremiantes. Las que capta el índice de pobreza multidimensional son posiblemente las menos apremiantes, aunque también podría ser que simplemente no haya quién las atienda. Pero la gente busca sustitutos: una vela donde no hay electricidad, una cisterna donde no hay tubería. A mayores ingresos, más alternativas de sustitución: un grupo electrógeno, un pozo de agua; y menos lo que nos puede decir una lista genérica de carencias sobre las condiciones de vida.
La creciente predilección por los índices de pobreza multidimensional alrededor del mundo viene de la mano con la tendencia a estandarizar los objetivos e instrumentos de las políticas públicas, que se manifiesta en cosas como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Fundación Gates o los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas. Muchos de esos objetivos son, sin duda, deseables. Un mundo cada vez más rico se acercará inexorablemente a ellos. La pobreza monetaria, creemos, muestra con mayor exactitud nuestra posición en esa travesía.