"El balance a guardar entre las dosis de unidad y homogeneidad nacional y la autonomía de las regiones, es siempre un asunto delicado, que en esta coyuntura del bicentenario de la república no debiera estar ausente del debate". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"El balance a guardar entre las dosis de unidad y homogeneidad nacional y la autonomía de las regiones, es siempre un asunto delicado, que en esta coyuntura del bicentenario de la república no debiera estar ausente del debate". (Ilustración: Giovanni Tazza)

Este 5 de agosto se ha cumplido el primer centenario de un hecho, probablemente menos glorioso que el del 28 de julio, pero cuyo significado es sin duda grande para nuestro país y debiera ser motivo de reflexión. Mientras que en Lima resonaban aún los fastos de la celebración del primer centenario de la independencia, en Iquitos se produjo el levantamiento de un grupo de militares y civiles comandados por el capitán del ejército Guillermo Cervantes Vásquez, proclamando el Estado Federal de . El manifiesto de los revolucionarios no implicaba la secesión del Perú, sino la implantación de un régimen federal que pusiese fin a un siglo de férreo centralismo en la política nacional.

Los detonantes de la rebelión fueron varios. Primero, la disolución, por obra del gobierno de Leguía, de las juntas departamentales y el régimen de descentralización fiscal implantado después de la guerra del salitre, como enmienda de lo que entonces se consideró una excesiva concentración del poder en la capital. Aunque el programa original había venido siendo recortado y debilitado de diversas formas, su abolición final fue un portazo a las aspiraciones de autonomía de las así llamadas provincias.

Otro resorte de la rebelión fue la crisis provocada en la Amazonía por el final de la era del caucho, un producto cuya exportación desde 1870 había traído horas de prosperidad a la capital loretana y había hecho de Iquitos la segunda aduana del país después de la del Callao en materia de recaudación. Sin embargo, las exportaciones de caucho se derrumbaron tras el final de la Primera Guerra Mundial. El gobierno de Lima se había acostumbrado a que Loreto fuese un departamento al que no había que remitir fondos fiscales, sino que, más bien, los aportaba. De modo que no prestó atención a los pedidos de recursos económicos desde la región. En aquel tiempo, además, la única forma de enviar dinero hasta la Amazonía, era trasladándolo por vía fluvial en una penosa y larga navegación, que implicaba dar la vuelta por Sudamérica, para entrar por la desembocadura del Amazonas, en el Brasil. De hecho, en todo el año 1921 Iquitos no había recibido una sola partida fiscal y los empleados públicos, incluyendo a los militares de la guarnición, estaban impagos desde hacía varios meses, con el agravante de que los comerciantes de Iquitos no estaban dispuestos a darles más crédito.

Precisamente, una de las primeras acciones del gobierno provisional de Cervantes fue “tomar prestadas” 23 mil libras peruanas (Lp) de la sucursal de Iquitos del Banco del Perú y Londres, el único en el que encontraron fondos, para pagar parte de los sueldos atrasados del personal civil y militar. Cuando estos fondos se acabaron, imprimieron sus propios billetes con la denominación de media, una y cinco Lp, para poder mantener el pago de las remuneraciones, aunque dicha moneda no tuvo una fácil recepción del comercio local.

La tercera razón de la rebelión fue la noticia de la entrega a Colombia del trapecio de Leticia, incluyendo a la población de este nombre, un hecho que efectivamente se concretó en el tratado Salomón-Lozano del año siguiente. Cervantes era un veterano de la campaña del Caquetá de 1911 y, como muchos, consideró dicha cesión como una traición del gobierno.

Ayudado por el aislamiento, el gobierno rebelde pudo mantenerse por medio año, lapso en el que incluso creó su propia bandera y escudo. Llegó a expandirse hasta otras ciudades de la selva, como Moyobamba, Tarapoto y Yurimaguas, donde se organizaron para interceptar a las fuerzas represivas ordenadas desde Lima. Sin embargo, el mismo aislamiento, acentuado por el bloqueo de la comunicación fluvial que impuso el Brasil, acatando el pedido del Gobierno Peruano, asfixió económicamente a los rebeldes que, desesperados, veían cómo crecía el descontento y malestar de la población. El 9 de enero de 1922, hostilizados por el Ejército y el desabastecimiento, el gobierno federalista de Loreto se disolvió y sus dirigentes huyeron hacia los países vecinos. De Cervantes poco se sabe. Su hoja de servicios fue retirada de los archivos del Ejército. Aparentemente murió en el Ecuador de tuberculosis, pero otras versiones dicen que falleció en la selva, a la que habría regresado en 1933 con ocasión de la guerra contra Colombia que estalló en dicho año por la cuestión de Leticia.

En Lima, tanto Cervantes como Ricardo Seminario y Mariano Madueño, quienes en 1896 dirigieron una rebelión similar en Iquitos contra el Gobierno Central, resultan figuras curiosas y puede que hasta negativas, por haber cuestionado la integridad territorial del país, pero en la Amazonía son unos héroes que cayeron en la lucha por un gobierno más descentralista y, como tal, más respetuoso de la soberanía de las regiones. El balance a guardar entre las dosis de unidad y homogeneidad nacional y la autonomía de las regiones, es siempre un asunto delicado, que en esta coyuntura del bicentenario de la república no debiera estar ausente del debate.

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