Detrás de todas las propuestas y medidas de todos los tiempos y lugares para hacer que quienes tienen más recursos entreguen más de ellos –o todos ellos– al Estado, hay una de dos grandes fuerzas: las ganas de ayudar a quienes tienen menos y las ganas de fregar a quienes tienen más. Desde luego, pueden darse ambas juntas, pero normalmente prepondera una sobre la otra. Y una manera eficiente de conocer cuál es la que predomina es detenerse un momento en la propuesta o medida específica. Aun en los casos en los que la fuerza preponderante es inconsciente, suele ser fácil encontrar su huella digital en los planteamientos que produce.
PARA SUSCRIPTORES: Martín Ruggiero al mando del MTPE: expertos explican los retos más urgentes del sector Trabajo
Hace pocas semanas, por ejemplo, dominó totalmente el escenario político el tema de las clínicas privadas. Ante el clamor que llegó a haber alrededor de la idea de obligarlas a aceptar los términos que el Estado tuviera a bien ofrecerles o intervenirlas, era fácil tener la impresión de que estábamos frente a un asunto vital para la lucha terrible que el país venía librando con la pandemia: algo que movería de alguna manera significativa la aguja de la situación. ¿Por qué, si no, el presidente tendría que amenazar con tomarlas en señal abierta?
Después del consiguiente inmediato retroceso de las clínicas en su negociación con el Estado, hubo un estruendo de aplausos y una noticia desconcertante: la victoria aportaba a la lucha contra el COVID-19, en la semana en la que fue obtenida, 22 camas UCI disponibles.
Desconcertante, claro, para los pocos que creyeron valía la pena detenerse en el dato. Para la mayoría, la misión parecía ya haberse cumplido exitosamente en el momento en el que se sometió a las clínicas (particularmente a las más grandes, eficaces símbolos sobre las que salían historias constantemente en los medios propugnadores de la medida). Que el número de peruanos no atendidos, o atendidos en los corredores o en las afueras de los hospitales públicos, fuese a permanecer casi idéntico, no parecía ser óbice para que estuviésemos celebrando. Lo que mostraba cuál de las dos ganas antes mencionadas mandaba en la tan largamente exigida medida.
El tema de los proyectos de ley en el Congreso para congelar los créditos de los bancos por tres meses es otro ejemplo. Se supone que la idea es ayudar a los deudores más golpeados del sistema financiero, pero ellos están fuera de la medida. Al fin y al cabo, los deudores de menores recursos (y, en consecuencia, los que obtienen préstamos solo a tasas más altas) se concentran en las microfinancieras, cajas y cooperativas, mientras el proyecto abarca solo a los bancos. Entonces, ¿a qué es más correcto decir que apunta la medida? ¿A ayudar a los deudores que menos tienen o a apretar a los bancos?
Tristemente, y por muy liberador que pueda resultar para determinados instintos no subestimables, este tipo de énfasis en la política les hace un flaco favor a quienes más necesitan de buenos gobernantes: los que necesitan más del Estado. Por ejemplo, todo el tiempo y la energía que se usó en ir detrás de las clínicas fue tiempo y energía que no se usó en preguntarse por qué la salud pública peruana ha mejorado tan poco su calidad en los años del crecimiento, cuando solo en la última década el presupuesto del sector se ha multiplicado por tres. ¿A dónde va el dinero? ¿Cómo se gestiona el sector?
Por supuesto, uno puede, es verdad, considerar meta suficiente golpear a las grandes empresas o empresarios. Pero lo honesto en ese caso sería sincerar objetivos y no generar así falsas expectativas en aquellos que no verán su situación mejorada con la medida. Porque, pese a lo que parecen asumir muchos, no es verdad que mientras menos tengan los que más tienen, más tendrán los demás. Ciertamente, ni expropiando definitivamente todas las clínicas del sector privado se mejoraría de una manera importante la salud pública del país. Solo se lograría agregar un máximo de 10% de mejor infraestructura (no hay por qué descartar que muchos médicos se irían a hacer sus propios consultorios) a la normalmente mala que opera el Estado. Mejor infraestructura que a partir de ese momento sería administrada por los mismos gestores de los hospitales públicos...
Sincerar prioridades. Sí, es posible. Por ejemplo, muchos de quienes consideran que la autodenominada Revolución Peruana fue un éxito lo hacen sobre la base de que, como dijo Velasco haciendo un balance ya desde fuera del poder, “deshizo a la oligarquía”. Y es innegable que, desde ese medidor, su gobierno fue un gran éxito. Subir efectivamente el nivel de vida de la mayoría de los peruanos resultó siendo harina de otro costal….